María transparencia del misterio total de Dios
Querido amigo:
Dios es silencio, aún más que enigma. Un silencio elocuente que opera en las profundidades de todo lo creado, incluyendo nuestro mismo ser.
Así pues, el misterio de Dios se revela a través del silencio. Dios no se comprende desde la racionalidad, el intelecto, la dialéctica o palabrería… sino que penetra más por la intuición, el silencio, la contemplación, la interiorización, la mansedumbre…
Forma parte de este misterio la figura de María, como obra de la Sabiduría de Dios, y esta identificación de la figura de la Madre Divina con la Sabiduría, viene muy bien expresado en el Libro de los Proverbios, cuando dice:
Escuchad, que voy a deciros nobles palabras y mis labios se abren para sentencias rectas.
Pues mi boca hace oír la verdad y mis labios se abren para la sinceridad.
Yahvé me dio el ser al principio de su camino, al comienzo de sus obras, desde antiguo.
Desde la eternidad he sido formada; desde el principio, antes del origen de la tierra.
Cuando no existían los abismos, fui engendrada, cuando no había manantiales de abundantes aguas.
Antes que se hiciese la tierra, fui yo concebida. Cuando afirmó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo, allí estaba yo; cuando echó los cimientos de la tierra, allí estaba yo.
Oídme pues, hijos míos: bienaventurado el que sigue mis caminos; bienaventurado quien me escucha y vela a mi puerta cada día. Porque el que me halla a mí, halla la vida y alcanzará el favor de Jahvé; pero el que contra mí peque, así mismo se daña y el que me odia, ama la muerte”
Proverbios, Capítulo 8,6-7 / 22-36
La figura de la Madre no es una personalidad acabada con contornos propios. Es un siempre ‘Sí’ atento y silencioso a todo el plan divino. Por eso, para llegar a ella y para llegar a Dios, a través de ella; antes de pronunciar su nombre, también hemos de comenzar con un ‘Si’. Porque el nombre de María y con él, la persona de la Madre Divina, no debería convertirse ni instrumentalizarse para obtener un determinado fin. Eso sería incompatible con la dignidad de su persona. Por eso, a imitación de ella, hay que comenzar con el ‘Sí’.
Querido amigo, te invito en este rato íntimo de oración, a pasar del ‘Si’ al nombre de María.
Primeramente, se consciente de dedicar y ofrecer este tiempo y tu disponibilidad enteramente a Dios, como era el estilo de la Madre.
Ofrécete, junto a ella, con una actitud de entrega y alabanza, pronunciando varias veces tu ‘Si’, a modo de “hágase tu voluntad”. Pronúncialo con la ayuda de tu respiración y con mucha veneración; asumiendo y aceptando aquello de tu vida que debes asumir como voluntad de Dios.
Después de unos breves minutos, manteniéndote en el ‘Sí’; pronuncia también, con veneración el nombre de María. Como un saludo. Pero con una atención silenciosa, callada, interiorizada hacia ella. Lo importante es tu atención hacia ella y tenerla presente, sin concretarla en una figura ni representación alguna. Tampoco fuerces ni provoques sentimientos piadosos. Solo la serena presencia y el saludo cálido e íntimo, tratando de imitar su estar siempre presente, pero sin aparentar, sin protagonizar…. Quédate unos minutos así, pronunciando su nombre, como a través de un cristal limpio y transparente…
¡Oh Madre!
- Mi corazón se ha sosegado hasta el fondo de mi ser
- Los obstáculos serán superados. Los adversarios apaciguados. Las conciencias iluminadas.
- Tu amor divino cubrirá toda la tierra… con tu serenidad y dulzura… como un manto protector.
- Pues tal es la promesa
Para terminar, querido amigo, te invito a alabar al Creador, junto con las palabras del Magníficat que brotaron de la boca de María, en las que el Espíritu de Dios movió a pronunciar:
Mi alma engrandece al Señor y exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva.
Por eso me llamarán Bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es Santo.
Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen.
Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón.
Derribó a los potentados de los tronos y ensalzó a los humildes.
A los hambrientos los llenó de bienes, y a los ricos los despidió vacíos.
Me acogió a mí, su siervo, acordándose de su misericordia.
Según lo prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia por siempre.
Amén, Amén.
Oración “Magníficat” Senda-40