Vivir atentos
¡Cristo Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!
Querido amigo, pretendemos tener los mismos sentimientos de Jesús, para hacerle vida en nosotros. Ser reflejo de Él en el mundo. Pero para poder imitarle y seguirle hemos de vivir como Él vivía: Antes de ser un hombre para los hombres, primero fue un hombre abierto al Padre Dios. Sus raíces y fundamentos estaban en la oración, por eso pudo llegar tan lejos en el amor y el compromiso con los hombres.
Comenzamos este rato de oración con estos versículos del Salmo 16(15) que expresan el gozo y la libertad interior que proviene de vivir apoyándose en nuestro Padre Dios. Te invito a orarlos desde el espíritu de Jesús. ¿Qué sentiría Jesús al pronunciar estos versículos?
Protégeme Dios mío que me refugio en Ti.
Tú eres mi Señor, ningún bien tengo sin Tí.
Tú eres mi Señor, no hay felicidad fuera de Ti.
El Señor es la porción de mi herencia.
Tú eres quien guarda mi suerte; cayeron mis cordeles en parajes amenos y me encanta mi heredad.
Bendigo al Señor que me aconseja, aún de noche me instruye.
Tengo siempre a Yavé ante mis ojos, pues con Él no vacilo.
Por eso mi corazón se alegra, en Ti descansa seguro.
Me enseñarás el camino de la vida, a tu derecha delicias por siempre.
(Salmo 16 – E-13)
Querido amigo, la redención de nuestros impulsos negativos que afloran cuando, en un conflicto o provocación, estamos descuidados y viviendo más superficialmente, se realiza en la oración. Cuanto más íntima y silenciosa sea ésta, mejor podremos detectar esas zonas negativas y adversas que viven en nuestro interior; la mayoría de las veces, en nuestro subconsciente y que pujan por salir.
Es en la oración silenciosa, estando muy atentos y siendo consciente de la presencia de Dios, donde brotarán muchas veces los conflictos, miedos y ansiedades, tratando de desviar tu atención y que te enredes en ellos, causando un sentimiento de fracaso en tu oración. No temas ni desistas en tu oración:
Obsérvalos dolorosamente y déjalos ir sin enredarte en ellos. Deposítalos en las manos del Padre Dios, como una ofrenda dolorosa pero amorosa que son las condiciones de la redención.
Sigue en oración; te ayudará una respiración serena y rítmica, y una frase corta que te centre en la presencia de Dios; pero sigue tu oración silenciosa… Puedes decir: “mi Dios y mi todo” “Señor, ten piedad de mí” u otra que tu elijas.
Si a pesar de todo te sientes impotente y desesperanzado, no sucumbas, implora humildemente la ayuda: “Señor, me siento impotente y desesperanzado. Pero Tú eres mi Señor y mi Dios. Tú puedes sacarme de esta angustia y desasosiego. Tú puedes transformar mi interior, apaciguarlo y curar todas mis heridas. Deposito en tus manos toda esta impotencia. Apacigua mi corazón y dame tu paz”.
Querido amigo el reconocimiento humilde y abandonado de todas esas negatividades, sin darles cabida ni justificación; eso, ya es un comienzo de redención y de ir teniendo la paz espiritual. Así como la comprensión de la propia impotencia y la íntima convicción de que el camino solo puede consistir en la total confianza en Dios.
En estos momentos te invito a silenciar todo tu ser y a apelar al Espíritu Santo como fuerza de Dios y Paráclito como Espíritu de Jesucristo resucitado. Di:
“Mi Señor Jesucristo, vivo y resucitado, entra dentro de mí. Toma posesión de todo mi ser. Hazte vivamente presente en mi ser entero y asume todo lo que siento, lo que pienso, lo que soy, lo que tengo. Que en este momento tus sentimientos sean mis sentimientos”.
Mi Señor Jesús, manso y humilde de corazón.
Desde el polvo me sube y me domina esta sed insaciable de estima, esta apremiante necesidad de que todos me quieran. Mi corazón está amasado de delirios imposibles.
Necesito redención. Misericordia Dios mío.
No acierto a perdonar,
el rencor me quema,
las críticas me lastiman,
los fracasos me hunden,
las rivalidades me asustan.
Mi corazón es soberbio. Dame la gracia de la humildad, mi Señor manso y humilde de corazón.
No sé de donde me vienen estos locos deseos de imponer mi voluntad, eliminar al rival, dar curso a la venganza. Hago lo que no quiero. Ten piedad, Señor, y dame la gracia de la humildad.
Gruesas cadenas amarran mi corazón: este corazón echa raíces, sujeta y apropia cuanto soy y hago, y cuanto me rodea. Y de esta apropiación me nace tanto susto y tanto miedo. ¡Infeliz de mí, propietario de mí mismo! ¿Quién romperá mis cadenas? Tu gracia, mi Señor pobre y humilde. Dame la gracia de la humildad.
La gracia de perdonar de corazón. La gracia de aceptar la crítica y la contradicción, o al menos de dudar de mí mismo cuando me corrijan.
Dame la gracia de hacer tranquilamente la autocrítica.
La gracia de mantenerme sereno en los desprecios, olvidos e indiferencias; de sentirme verdaderamente feliz en el anonimato; de no fomentar autosatisfacciones en los sentimientos, palabras y hechos.
Abre, Señor, espacios libres dentro de mí para que los puedas ocupar Tú y mis hermanos.
En fin, mi Señor Jesucristo; dame la gracia de ir adquiriendo paulatinamente un corazón desprendido y vacío como el tuyo; un corazón manso, paciente y benigno. Cristo Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Así sea.
(La gracia de la humildad E-41)
Canto “Instrumento de tu paz” C-26