El único ídolo que de verdad puede disputar palmo a palmo el reinado de Dios sobre el corazón del hombre es el hombre mismo. O se retira el uno o se retira el otro porque los dos no pueden gobernar al mismo tiempo en un mismo territorio. “No podéis servir a dos señores” (Mt. 6, 24).
Cuando nuestro interior está liberado de intereses, propiedades y deseos, Dios puede hacerse presente allí sin dificultad. En la medida en que nos vamos haciendo pobres, despojándonos de toda apropiación interior y exterior, y hecho esto en función de Dios, automática y simultáneamente comienza el santo Reino de Dios a desplegarse en su interior. Si Jesus dice que el primer mandamiento contiene y agota toda la Escritura (Mt. 22, 40), nosotros podemos agregar paralelamente que la primera bienaventuranza contiene y agota todo el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
La liberación avanza, pues, por el camino real de la pobreza. Que Dios sea realmente Dios (primer mandamiento) se verifica en los pobres y humildes (primera bienaventuranza). Jesus afirma: “Bienaventurados los que tienen alma de pobres porque el Reino de Dios se ha establecido en ellos” (Mt. 5, 3). El amor es proporcional a la pobreza, y por eso dijo san Francisco: “La pobreza es la raíz de toda santidad”.
La oración debe ser un momento y un medio de liberar fuerzas atadas al centro de nosotros mismos para disponerlas al servicio de los hermanos.
El proceso de liberación que nos llevará al reino de Dios, al reino de la fraternidad y a la madurez personal, se efectuará en el encuentro con Dios, en un circuito que va desde la vida a Dios y desde Dios a la vida.
Extractado del libro Muéstrame tu Rostro por P. Ignacio Larrañaga