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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

EXALTACIÓN DE LA CRUZ

Sufrir con Jesus

El sufrimiento de Cristo, aceptado con amor como expresión de la voluntad del Padre, ha generado un bien sumo: la Redención del mundo. Y, aunque es verdad que este bien es infinito y ningún hombre puede agregarle nada, sin embargo, Jesucristo ha querido dejar abierto su propio dolor redentor a cualquier sufrimiento humano, a condición de que sea asumido con amor.

Esta Redención, al mismo tiempo completa y siempre abierta, nos introduce en el misterio esencial de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Es el marco y espacio donde se completa lo que falta a los padecimientos del Señor, como dice Pablo.

Somos miembros de una sociedad especial en la que ganamos en común y perdemos en común. Esta sociedad es como un cuerpo que tiene muchos miembros pero que todos juntos forman una unidad.

Pero hay mucho más. Dice Pablo: «Si un miembro tiene un sufrimiento, todos los demás miembros sufren con él». Aquí está la cuestión. Si se lastima la uña del dedo pequeño es posible que la fiebre se apodere de todo el cuerpo, todos los miembros sufren las consecuencias. ¿Por qué la rodilla tiene que sufrir las consecuencias del dedo pequeño? Porque ganamos en común y perdemos en común. Perdió el dedo pequeño, perdieron todos los miembros. Sanó el dedo, sanaron todos los miembros. Asimismo, hay en el Cuerpo de la Iglesia una intercomunicación de ganancias y pérdidas, de gracia y pecado.

Dado este misterio, tú no puedes preguntar: «¿Por qué tengo que sufrir yo las consecuencias de los pecados de un drogadicto o de un estafador de otro país? ¿Qué tengo que ver con ellos?». Sí, y tengo mucho que ver porque todos los bautizados del mundo estamos misteriosamente intercomunicados. Si ganas tú, gana toda la Iglesia; si pierdes, pierde toda la Iglesia.

Esta doctrina es una continuación, ampliación y perfeccionamiento de aquella intuición del profeta Isaías sobre el siervo de Yahvé, figura cautivadora y doliente, sobre cuyos hombros el Señor cargó todos nuestros crímenes. Fue herido por los delitos de su pueblo, fue víctima de nuestras demasías y los desvíos de los hombres causaron su martirio. En suma, el siervo está sufriendo por los demás, ha ocupado el lugar de los pecadores y ha asumido el sufrimiento que debería haber recaído sobre ellos; sus cicatrices nos han curado. El siervo bajó, silencioso, al abismo de la muerte porque estaba expiando los pecados ajenos.

Sobre este telón de fondo, la catequesis primitiva interpretó el acontecimiento del Calvario. Escondida entre los pliegues más arcanos del corazón humano palpita una vocación de solidaridad, instintiva y connatural, para con la humanidad doliente y pecadora.

Esta panorámica ofrece al cristiano que sufre destellos de luz, pistas de orientación, horizontes abiertos y, sobre todo, un sendero luminoso para su diario vivir. En cierto sentido, podemos decir que el dolor ha sido vencido o que, al menos, ha perdido su más temible aguijón: el sinsentido.

Yo estoy seguro de que hoy día viven entre nosotros innumerables siervos de Yahvé que están sufriendo por los demás y que colaboran con Cristo en la Redención del mundo. Así como la comunidad primitiva no encontró otra explicación al desastre del Calvario, tampoco nosotros encontramos otra lógica que explique la pasión y la muerte de tantas personas de hoy en día sino la figura misteriosa del siervo de Yahvé que carga sobre sí los sufrimientos ajenos y sufre por los demás. Yo he visto, y estoy viendo, innumerables veces, cómo se repite y se vive a diario el misterio del siervo doliente que sufre por los demás.

Tomado del libro:” El arte de ser feliz” capítulos VI apartado: “Sufrir con Jesus”de padre Ignacio Larrañaga.