Bendecida Pascua para todos, pues, verdaderamente, ¡ha resucitado!
La promesa se ha cumplido, envuelta en el silencio y la paz de una Noche Santa. Ahora sabemos con certeza que Dios nunca nos fallará. Hemos sido rescatados y salvados por Cristo y con Cristo, como respuesta a su entrega total por amor.
La muerte, el dolor, el sufrimiento, la angustia, la soledad nunca más tendrán la última palabra. Al menos, no para nosotros. Gritemos con fuerza, como María Magdalena, ¡he visto al Señor!, pues su encuentro no puede dejarnos indiferentes. Esta es la garantía de que realmente hemos estado con Él.
La Pascua despierta nuestros deseos más profundos de mirarle a los ojos, de poderlo tocar, de meter los dedos en sus llagas, de oír su voz, de sentir su presencia. Pero nos basta saber, tenemos la certeza de que el sepulcro está vacío. Él vive.
Saldrá a nuestro encuentro una y otra vez, pues se entrega sin límite y por entero. Lo podremos percibir como los discípulos de Emaús, caminando a nuestro lado, para darnos fuerza en los momentos de debilidad, confianza cuando nos asalte el temor, para iluminar nuestras oscuridades, para cargar con el dolor y la angustia que nos hacen sufrir y no nos permiten gozar del regalo de la vida y del amor.
Aunque los vientos se desaten y tiemblen los cimientos de la tierra, Él vive, y tiene el poder de detener las tempestades, porque solo Él es el Señor de la Historia.
Equipo Internacional TOV