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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Consolación

A veces, una persona es asaltada por la desolación y no se sabe de qué se trata. Las confesiones de los hombres o de las mujeres que se nos acercan y se nos abren son simplemente estremecedoras. Dicen que no saben qué es. Se trata, dicen, de un algo interior confuso y complejo, absolutamente inexplicable, por lo cual sienten una tristeza pesada imposible de eliminar. Añaden, que en esos momentos, lo único que les da alivio es el acudir a la Madre gritando: «¡Vida, dulzura y esperanza nuestra, vuelve a nosotros tus ojos de misericordia!»

Dicen, siempre dicen, que es imposible explicarlo: cualquier día amanece y, sin motivo aparente, comienzan a sentir una impresión vaga y profunda de temor. Se sienten pesimistas, como rechazados por todo el mundo. Si tienen cien recuerdos de los cuales noventa y cinco son positivos, se les fijan en la imaginación precisamente los cinco recuerdos negativos, y se apodera de ellos, sin poder eliminarla, una rara sensación de tristeza, miedo y sobresalto. Y, sin saber por qué, sienten ganas de morir. Y añaden que, en esos momentos, sólo la evocación de la Madre con las palabras de la Salve les da alivio, recuperan el ánimo y vuelven a respirar.

A lo largo de la vida hemos asistido a muchas personas en el lecho de la agonía. Aun hoy están vivos en mí muchos de esos recuerdos. Cuando un agonizante, a pesar de las vanas palabras de sus familiares, presiente que él se va, arrastrado por la corriente inexorable de la decadencia, cuántas veces hemos visto iluminarse aquel rostro abatido al rezar la Salve todos los familiares a coro: «A Ti clamamos los tristes hijos de Eva, por Ti suspiramos, Madre de Misericordia y Dulzura nuestra.»

En países de tradición católica uno queda impresionado con frecuencia al comprobar la profundidad de la devoción mariana en las costas de marineros o pescadores. En muchos lugares, cuando las embarcaciones de pescadores salen a altar mar, lo hacen siempre cantando la Salve.

He visto encarcelados, estigmatizados por la opinión pública y abandonados por todos sus familiares y amigos, los he visto cómo eran discretamente visitados por una mujer solitaria, su propia madre. Una madre no abandona nunca, a no ser cuando ella es arrebatada por la muerte.

Necesitamos de otra Madre, de la que nunca sea alcanzada por la muerte. Cada uno vive su vida de forma singular y sólo él «sabe» de sus archivos: sufre dificultades, entra en la desolación, su estado de ánimo sube y baja, mueren las esperanzas, de repente lo envuelven situaciones imposibles, al día siguiente renace la esperanza, aunque es difícil todo parece tener arreglo… ¡La lucha de la vida!

María es para cualquier momento consolación y paz. Ella transforma la aspereza en dulzura y el combate en ternura. Ella es benigna y suave. Sufre con los que sufren, queda con los que quedan y parte con los que parten. La Madre es paciencia y seguridad. Es nuestro gozo, nuestra alegría y nuestra quietud. La Madre es una inmensa dulcedumbre y una fortaleza invencible.

Tomado del libro: “El silencio de María”. Capítulo III, apartado: “Consolación”. De padre Ignacio Larrañaga