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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Dios es cosa de vida (salmo 15(16))

Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha» (Sal 16,11)

Es imposible decir con más precisión y hermosura. Entran en la danza, sincronizadamente, la Presencia (Dios mismo), la saciedad y la alegría, esta vez definitivas.

Por eso, el salmista invita, casi desafía, a comprobarlo, a «saborear» cuan suave (podríamos decir: cuan delicioso, siempre en referencia a los manjares) es el Señor (Sal 34,9).

Pero aquí está la cuestión: a aquel cuyo corazón esté habitado por los dioses de la tierra, estas sublimidades le van a sonar a ironía o, en el mejor de los casos, a misticismo ridículo y, por supuesto, alienante.

Y ahí tocamos la raíz del problema. Las cosas de vida, si se miran intelectualmente, resultan insoportables, por lo exageradas. Las cosas de vida, sólo viviéndolas, se entienden y se saben. Ya decía San Francisco que sólo se sabe aquello que se vive. Las cosas de vida sólo comienzan a entenderse en cuanto se comienzan a vivir. Y yo podría agregar algo más: las cosas de vida, analizadas intelectualmente, pueden reducirse a un montón de palabras, ¡y nada más!

Dios no es una abstracción mental, es cosa de vida, es una persona, y a una persona no se la «conoce» reduciéndola a un conjunto de ideas lógicas, sino tratándola.

Una cosa es la idea de Dios, y otra Dios mismo. Una cosa es la idea (fórmula química) del vino, y otra cosa el vino mismo. Nadie se embriaga con la palabra «vino», ni con su fórmula química. Una cosa es la palabra «fuego», y otra el fuego mismo. Nadie se abrasa con la palabra «fuego». Nadie se sacia con la consabida fórmula del agua: H2O. Hay que beberla.

Dios es el agua fresca, el vino ardiente, pero hay que beberlo. Quienes no lo prueben, no pueden ser «catadores» de ese Vino, no saben nada de ese Vino, porque no lo han saboreado. Por eso, el salmista invita, desafía, a «saborear» al Señor.

Cuando el hombre experimenta que Dios es «mi Dios», que el Padre es «mi Padre», cuando ha entrado en una relación personal con El, y sabe que, noche y día, está a sus puertas, lo acompaña como una madre solícita y vela su sueño, lo inspira por dentro y lo siente como fuerza, alegría y libertad, entonces las palabras del salmista no sólo no resultan exageradas, sino cortas. Dios es para «ser vivido»; y es entonces cuando se transforma en una fortaleza invulnerable para el combate de la liberación.

Y es así como, lleno de ternura, sigue explayándose el salmista: «En el lecho me acuerdo de Ti, y velando medito en Ti.» Un hombre así jamás será acosado por el miedo. Avanzará noche adentro, y nunca le rondarán los fantasmas; y mientras trabaja, y camina y se relaciona con los demás, la seguridad y la alegría le acompañarán como dos ángeles tutelares, porque «Tú estás conmigo».

Para significar este estado interior de liberación, sale de la boca del salmista uno de los versos más espléndidos: «A la sombra de tus alas canto con júbilo.» Jubilo: la palabra más alta entre los sinónimos de alegría. Canto: cuando espontáneo, es siempre una vía de escape; cuando alguien desborda de gozo, necesita estallar, y el canto es un estallido. Ala: en la Biblia, es frecuentemente símbolo del poder protector de Dios. Sombra: en una tarde calurosa de estío, el regalo más apetecible.

Júntense ahora las cuatro palabras y nos encontraremos con que el salmista consigue la «hazaña» de describir lo indescriptible en un solo y corto verso; y nos encontramos con un panorama humano envidiable: un hombre precedido por la seguridad, seguido por la paz, custodiado por la libertad y respirando alegría por todos sus poros. ¿Quién impedirá que un hombre así sea para todos amor y salvación?

Tomado del libro:” Salmos para la vida” capitulo lll apartado “Vida banquete y fiesta” de padre Ignacio Larrañaga