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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

Transitoriedad

Ilusiones, apasionamientos, ansiedades, fantasías, miedos, proyectos…, todo es arrastrado inexorablemente al océano de la inexistencia. ¿Para qué sufrir? Nada queda vibrando, todo es sepultado en el templo del silencio igual que los ríos son sepultados en el mar.

La transitoriedad impone su ley sobre todo lo que comienza. ¿Para qué soltar anclas sobre fondos vacíos? Deja que los fenómenos nazcan, brillen y desaparezcan como luciérnagas. El Padre lo dispuso así. Él nunca pasa. Él permanece para siempre. El Padre es la Realidad.

Cuando un hermano, mediante la observación y la meditación, llega a la convicción vital de la transitoriedad de cuanto lo rodea, cuando deja que las cosas sean y se desliga emocionalmente de cuanto no vale (no le «importa» lo que no importa), desde ese momento, ese hermano queda inundado de una paz profunda, lo mismo que cuando el fuego de la lámpara se apaga, al consumirse por completo el aceite.

Una roca en el mar puede ser combatida por los ciclones, pero ella permanece inconmovible. Lo mismo sucede con el hermano que llegó a esta sabiduría: queda tan afirmado en la paz, que no pueden removerlo ni las alabanzas ni los vituperios, y alcanza la serenidad de quien está por encima de los vaivenes de la vida.

Liberado de la preocupación por el acontecer imprevisible, el hermano permanece como un lago profundo, sereno y claro. Si los hermanos se pusieran en camino hacia la sabiduría y la humildad, ¡qué dulzura vivir los hermanos juntos! ¡Cuánta energía liberada y disponible para organizar las batallas libertadoras a favor de todos los explotados y olvidados de este mundo!

Cuando un hermano está triste o abatido, o se halla en la cúspide de la crisis, a menudo se deja llevar por la impresión de que esa situación se va a perpetuar, y eso aumenta su angustia. Pero no sucede así. A las pocas horas o días, todo pasó. Si en el momento agudo se diera a sí mismo un toque de atención recordando que todo es transitorio, se ausentaría la tristeza y nacería la paz.

Este hermano llegará, poco a poco, a tener un corazón desprendido, pobre y humilde. Al desligarse, cuando quiere, de hechos y personas, adquirirá un gran dominio de sí y de sus emociones, hasta encontrarse en una latitud adonde no llegan las mareas pasionales.

Tiene plena conciencia de sí, pleno dominio de sí, en cualquier circunstancia de la vida. Vive despierto. Ya trascendió la relatividad y colocó las cosas en orden: lo relativo en su lugar, y lo Absoluto en su lugar.

En este momento se halla en disposición ideal para amar. Su relación con los hermanos de la comunidad estará tejida de comprensión, bondad y fortaleza.

Ahora puede meterse en el mundo tenso de la defensa de los pobres y explotados. No se quebrará por las incomprensiones, ni se desalentará por las dificultades.

Tomado del libro “Sube conmigo “capitulo 2 “Liberación” apartado” Dejar que las cosas sean” de padre Ignacio Larrañaga.