Cuando los poderosos de la tierra habían hecho un trabajo de aniquilamiento total de un hombre y del proyecto de su vida, que era Jesús de Nazaret, sobornaron a uno de sus discípulos, lo prendieron a medianoche, lo llevaron de tribunal en tribunal…
El tribunal religioso lo condenó, lo azotaron, lo vilipendiaron, lo escupieron, lo maltrataron, lo crucificaron, lo mataron, lo sepultaron, colocaron guardias en la sepultura para que después no nos vengan diciendo no sé qué, colocaron un sello inviolable en la sepultura.
Fue una obra perfecta. No les falló un sólo detalle a los poderosos de la tierra para exterminarlo para siempre.
Y cuando estos poderosos de la tierra, después de semejante obra, dormían satisfechos y felices…hete aquí que el “gran aniquilado” comienza a surgir de las garras de la muerte.
Resucitado, Señorial e Inmortal, más allá del tiempo y de la Historia, por siempre jamás.
Por eso nosotros no podemos fracasar. Nosotros “no seremos derrotados”, porque nuestra única seguridad y esperanza es este Jesús que derrotó a la muerte y a todas las fuerzas del mal.
Tomado de la “Homilía del padre Ignacio Larrañaga en Loyola” publicado en la Revista Espíritu y Vida (2007)
