Veamos el comportamiento de María ante este silencio de Dios.
Nazaret dista de Belén, por la carretera moderna, unos 150 kilómetros. Es posible que, en aquel tiempo, la distancia fuese algo mayor.
«Los caminos del país no estaban aún trazados y atendidos por los romanos, maestros en la materia, sino que eran malos y apenas transitables para las caravanas de asnos y camellos. Los consortes, en el mejor de los casos, parece que sólo tuvieron a su disposición un asno para transportar vituallas y los objetos más precisos, uno de aquellos asnos que aún hoy día, en Palestina, se ven siguiendo a un grupo de caminantes»
No sabemos si María estaba obligada a presentarse para el censo; parece que no. De todas formas, el hecho es que José se dirigió a Belén «con María, su esposa, que estaba embarazada» (Le 2,5).
La Madre tuvo que caminar lentamente, con eventuales paradas de descanso. Debido a su estado de gravidez, el viaje resultó para la Madre lento y cansado. Podemos calcular que, en estas circunstancias, el viaje demoró entre 8 y 10 días.
De nuevo es preciso colocarnos en estado contemplativo para asomarnos al interior de María, auscultar sus pulsaciones espirituales y admirar su belleza interior.
Pobre y digna, ahí va dificultosamente avanzando la joven. Hoy amaneció un día frío y lluvioso, la caminata va a resultar particularmente molesta. Pero María es una sierva, no tiene derecho a reclamar. Dentro de su espiritualidad de Sierva del Señor, ella responde a las inclemencias: está bien, Padre mío, hágase. Y la Madre, queda llena de paz, a pesar de la lluvia y el frío.
La psicología de la joven que por primera vez va a ser madre es muy singular: vive entre la emoción y el temor. El silencio de Dios, como un cielo oscuro lleno de interrogantes, se abatió sobre María: ¿cuándo comenzarían las molestias del parto? En aquellos tiempos, todo parto era un eventual peligro de muerte. En nuestro caso, ¿habría serias complicaciones o todo resultaría normal y bien? Nadie lo sabe. ¿Llegaremos a Belén antes del acontecimiento? Y si el parto se produce en el camino, antes de llegar a Belén, ¿qué hacemos? ¿Habrá una mujer experimentada en esas tareas que me pueda ayudar en ese momento?
Nadie sabe nada. Dios sigue en silencio. Frente a estos y otros interrogantes la Madre no queda irritada o ansiosa.
Llena de paz, responde una y otra vez: hágase, de acuerdo, Padre mío, yo me abandono en Ti. Nunca se ha visto en esta tierra una mujer tan llena de paz, fortaleza, dulzura y elegancia.
¿Dónde dormiremos esta noche? En aquel recodo del camino, en la falda de aquel cerro. Vámonos hasta allá. Y lo que de lejos parecía confortable, en realidad es una concavidad de barro y viento. ¿No tenemos mejor lugar? Está cayendo la noche, y es tarde para buscar otro lugar; así que, aquí tendremos que dormir, o mal dormir, entre la humedad y el estiércol. Dios no da muestras de vida. Dentro de su espiritualidad la Madre sólo acierta a decir: Señor mío, hicimos lo posible para encontrar mejor lugar; Tú has permitido que tengamos que pasar noche aquí; está bien, Padre mío, hágase, me abandono a tu voluntad. Y este inextinguible hágase hará que nunca se quiebre emocionalmente y la libertará de toda angustia.
Van pasando los días. Hacen todo lo posible en cuanto al alimento y en cuanto al descanso. Cuando todos los resultados eran adversos, no resiste ni se agita, sino que se entrega. «Debieron dormir en lugares públicos de reposo, que se hallaban junto a los caminos, tendiéndose en tierra, como los demás viajeros, entre camellos y burros». Y Dios seguía en silencio. ¿Qué hará María?
María no llorará, porque el llanto es una especie de protesta; y la sierva del Señor no puede protestar, sino aceptar. Su hágase le dará perpetuamente un formidable estado interior de calma, serenidad, elegancia, dignidad, una categoría interior fuera de serie. No habrá en el mundo emergencias dolorosas ni eventualidades sorpresivas que puedan desequilibrar la estabilidad emocional de la Madre. Antes de ser Señora nuestra, fue Señora de sí misma.
Tomado del libro “El Silencio de María” capitulo 4 subtitulo “La marcha de la Fe” de padre Ignacio Larrañaga.