No nos desenvolvemos en un mundo estructurado a base de parámetros psicológicos, coeficientes, intelectuales o capacidades de personalidad. Nos movemos en un mundo extraño, cuyo distintivo principal es no tener normalidades ni cálculos de probabilidad ni leyes de proporción.
Aquí todo es inesperado. Este nuestro Dios es tan sorprendente que, de pronto, se le ocurre sacar surtidores de agua en los desiertos, fulgor de las tinieblas y vida de la nada.
El día en que el corazón está abatido y tendríamos motivo para tirar todo por la borda, yo no sé qué ángel nos presta las alas para remontar el vuelo y emprender el sendero, monte arriba con un vigor desconocido.
Gracias, que parecen caprichos, destellos de luz, en las noches, energías emanadas, de los desalientos, ráfagas de vitalidad, allí donde no reina, sino la agonía… ¡Cuantas sorpresas de este nuestro Dios!… Glorioso y magnífico, Señor, vestido de esplendor y belleza, a ti honor, y gloria para siempre. Nosotros humildemente doblamos la rodilla para declararte y adorarte como nuestro Dios y Señor.
Tomado de la Carta Circular Nº14 de Padre Ignacio Larrañaga
