Salmo 63
Esta “Sed De Dios” es el clima interior de algunos salmos. Concretamente, la tesitura general del salmo 63.
El salmista entra impetuosamente. Irrumpe en el escenario con una fuerza vehemente: «Oh, Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua».
Es difícil encontrar figuras poéticas que expresen de manera tan gráfica y potente lo que el salmista entiende como sed de Dios. Pareciera que estuviéramos ante una sed fisiológica o animal, simbolizada en esos terrenos baldíos que, durante el verano, son de tal manera afectados por la sequía que se abren en ellos por todas partes grietas profundas, como bocas sedientas reclamando ardientemente la lluvia.
Otro salmo, para describir el mismo fenómeno, acude a la comparación de los ciervos que, luego de recorrer abruptas montañas y encaramarse en los riscos más altos, descienden vertiginosamente a las quebradas y los valles, devorados por la sed, en busca de las frescas corrientes de agua (Sal 42).
Esta sed corresponde a una sensación general, de carácter afectivo, cuajada de nostalgia, anhelo, atracción y seducción (Jer 20,7). Es, dice San Agustín, como una flecha disparada hacia un universo seductor. En todo caso, se trata de un dinamismo de profundidad, siempre inquieto y siempre inquietante, de un perpetuo movimiento interior que busca su centro de gravedad donde poder ajustarse, equilibrarse y descansar.
El hombre es un pozo infinito, cavado según una medida infinita; por eso, infinitos finitos nunca podrán colmarlo, sino tan sólo un Infinito.
¡Criatura singular el hombre, que lleva reflejada en lo más profundo de sus aguas la imagen de un Dios! Y, por esta impronta eterna, somos, inevitablemente, buscadores instintivos del Eterno, caminantes que, en un movimiento de retorno, navegamos río arriba en busca de la Fuente Primordial. En suma, ¡peregrinos de lo Absoluto!
Esta sed, o esta sensibilidad divina, en muchas personas es invencible; en otras, fuerte, y en otras, débil, de acuerdo con el don recibido. Hay también quienes no la recibieron en ningún grado. Otros —muchos— la dejaron atrofiarse por falta de cuidado y atención, o se les acabó extinguiendo —y éste es el caso más común— en el remolino de la desventura humana.
En el fondo, el salmo 63 es una radiografía antropológica en la que queda al descubierto la estructura trascendente y fundamental del corazón humano.
Y así se explica el hecho siguiente: ciertos fenómenos trágicos del alma humana no son otra cosa sino la otra cara de la sed de Dios. La insatisfacción humana, en toda su grandeza y amplitud, el tedio de la vida, ese no saber para qué está uno en el mundo, la sensación de vacío, el desencanto general…, no son otra cosa que la otra cara del Infinito.
En el principio, Dios depositó en el suelo humano una semilla de sí mismo: lo creó a su medida, según su propia «estructura», le hizo por El y para El. Cuando el corazón humano intente centrarse en las criaturas, cuyas medidas no le corresponden, el hombre entero se sentirá desajustado y sus huesos crujirán. Y, como dice San Agustín, el hombre se sentirá entonces desasosegado e inquieto, hasta afirmarse finalmente y descansar en Dios.
Tomado del libro “Salmos para la vida”, de padre Ignacio Larrañaga, OFM