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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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EL “SI DE MARÍA” MADRE DEL ADVIENTO

La escena de la anunciación está palpitando de una concentrada intimidad. Para saber cómo fue aquello y qué aconteció allí, es necesario sumergirse en esa atmósfera interior, captar, más por intuición contemplativa que por intelección, el contexto vital y la palpitación invisible y secreta de María. ¿Qué sentía? ¿Cómo se sentía, en ese momento, la Señora?

¿Cómo fue aquello? ¿Sucedió en su casa? ¿Quizá en el campo? ¿En el cerro? ¿En la fuente? ¿Estaba sola María? ¿Fue en forma de visión? ¿El ángel estaba en forma humana? ¿Fue una alocución interior, inequívoca? El evangelista dice: «Entrando el ángel donde estaba ella» (Le 1,28). Ese «entrando», ¿se ha de entender en su sentido literal y espacial? Por ejemplo, ¿como el caso de alguien que llama a la puerta, con unos golpes, y entra después en la habitación?

¿Se podría entender en un sentido menos literal y más espiritual? Por ejemplo, vamos a suponer: María estaba en alta intimidad, abismada en la presencia envolvente del Padre, habían desaparecido las palabras, y la comunicación entre la Sierva y el Señor se efectuaba en un profundo silencio. De repente, este silencio fue interrumpido. Y, en esa intimidad a dos —intimidad que humanamente es siempre un recinto cerrado— «entró» alguien. ¿Se podría explicar así?

Lo que sabemos, con absoluta certeza, es que la vida normal de esta muchacha de campo fue interrumpida, de forma sorprendente, por una visitación extraordinaria de su Señor Dios.

La interpretación que hizo María de aquel doble prodigio que se le anunciaba, según el desahogo que ella tuvo con Isabel, fue la siguiente: ella, María, se consideraba como la más «poca cosa» entre las mujeres de la tierra (Le 1,48). Si algo grande tenía ella no era mérito suyo, sino gratuidad y predilección de parte del Señor.

Ahora bien, la sabiduría de Dios escogió precisamente, entre las mujeres de la tierra, la criatura más insignificante, para evidenciar y patentizar que sólo Dios es el Magnífico. La escogió a ella, carente de dones personales y carismas, para que quedase evidente a los ojos de todo el mundo que las «maravillas» (Le 49) de salvación no son resultado de cualidades personales sino gracia de Dios.

Esa fue su interpretación. Estamos, pues, ante una joven inteligente y humilde, inspirada por el espíritu de Sabiduría.

Primeramente, se le anuncia que será Madre del Mesías.

Entre los saludos del ángel y esta fantástica proposición quedó turbada.

Pero la extrañeza de María debió ser mucho mayor todavía con la segunda notificación: que dicha maternidad mesiánica se consumaría sin participación humana, de una manera prodigiosa. Se trascendería todo el proceso biológico y brotaría una creación original y directa de las manos del Omnipotente, para quien todo es posible (Le 1,37).

Frente a la aparición y a estas inauditas proposiciones uno queda pensando cómo esta jovencita no quedó trastornada, cómo no fue asaltada por el espanto y no salió corriendo.

La joven quedó en silencio, pensando. Hizo una pregunta. Recibió la respuesta. Siguió llena de dulzura y serenidad. Ahora bien, si una joven envuelta en tales circunstancias sensacionales es capaz de mantenerse emocionalmente íntegra, significa que estamos ante una criatura de equilibrio excepcional dentro de un normal parámetro psicológico.

¿De dónde le vino tanta estabilidad? El hecho de ser Inmaculada debió influir decisivamente, porque los desequilibrios son generalmente resultado perturbador del pecado, es decir, del egoísmo. Y, sobre todo, se debe a la profunda inmersión de María en el misterio de Dios, como veremos en otro momento.

A mí me parece que nunca nadie experimentó, como María en este momento, la sensación de soledad bajo el enorme peso de la carga impuesta por Dios sobre ella y ante su responsabilidad histórica.

Uno queda abismado y estupefacto por la infinita humildad, por la enorme madurez y naturalidad con las que María asume el Misterio en medio de una inmensa soledad.

La historia toda no será suficiente para agradecer y admirar tanta grandeza.

Fue una escena inenarrable. María, consciente de la gravedad del momento y consciente de su decisión, llena de paz, en pie, solitaria, sin consultar a nadie, sin tener ningún punto de apoyo humano, sale de sí misma, da el gran salto, confía, permite y… se entrega.

Extractado del libro “El silencio de María “capítulo segundo: Hacia el interior de Maria

del Padre Ignacio Larrañaga