Después de extender la mirada sobre el tiempo pasado, el salmista trasciende todos los tiempos, y, con poderosas palabras, se coloca en un presente que abarca el ayer y el mañana; y entregándonos una misión llena de grandeza, proclama el eterno presente de Dios. Efectivamente, en el fondo del salmo se mueve la majestad divina como una corriente perenne, eternamente igual a sí misma, en contraste con la incesante mudanza de la condición humana.
Antes que naciesen los montes,
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre Tú eres Dios.
Es una cosmovisión poderosa en que el salmista mira hacia atrás, mira hacia delante, pero no se queda ni con el pasado ni con el futuro, sino con el presente: Tú eres.
Frecuentemente nosotros vivimos tratando de retener lo que se nos escapa, deseando aquello que nos falta y echando de menos lo que no existe. Vivimos en un pasado que ya no existe y en un porvenir que todavía no existe, llenos de inquietas nostalgias y engañosos espejismos, olvidándonos de que sólo el hoy y ahora son el tiempo de Dios, grávido de posibilidades.
En el lenguaje humano, ¿cuál es el contenido o significado del ahora que llamamos presente? El presente es un punto en el que el futuro se transforma en pasado. Cuando decimos «ahora es el presente», ya estamos en el pasado. El presente desaparece en el instante mismo en que intentamos asirlo; en cuanto intentamos atraparlo, ya es ido. Ahora bien; si el pasado no existe, el futuro no existe, y ahora decimos que el presente tampoco existe, ¿no será que nuestra existencia tendrá tan sólo un carácter ilusorio?
No ciertamente. Al contrario, nuestra experiencia constata que el ahora es real; y lo es porque la eternidad irrumpe en el tiempo y le proporciona su carácter real. Ni siquiera podríamos decir «ahora» si la eternidad no elevara este momento por encima del tiempo incesante. Cuando el salmista contempla a Dios, para quien «mil años son un ayer que ya pasó», está experimentando aquella eternidad que proporciona al salmista un ahora real y concreto: está participando, de alguna manera, de la eternidad de Dios. Siempre que decimos «ahora», en ese ahora quedan unidos algo que es temporal y algo que es eterno, el pasado y el futuro.
Por todo lo cual, para Dios no existe ni el pretérito ni el futuro, tan solo el presente. Por eso el salmista, mientras está mirando al pasado y al futuro («desde siempre y por siempre»), agrega, no sin una incorrección gramatical, Tú eres: el ahora petrificado, eternizado, extendido hacia adelante y hacia atrás. Y esto hace que nuestra temporalidad, que es un ente abstracto, tenga un carácter real y objetivo, debido a una participación del ahora de Dios. Somos, pues, hijos de la eternidad.
Antes que existiesen esas cumbres nevadas, y floreciesen esas rosas en los campos, y brotasen esos manantiales en las montañas, y el hombre pusiera un nombre a cada cosa, tú eres, en tu ahora eterno.
Mucho antes de aquella explosión en que el universo estalló en millones de partículas de galaxias y constelaciones, en que comenzó a caminar lo que llamamos el universo en expansión, desde mucho antes tú eres, desde siempre y por siempre.
En el transcurso de millones de años el hidrógeno irá transformándose en helio; y, mientras tanto, los astros irán apagándose uno a uno, y hasta las estrellas neutrónicas irán consumiéndose en forma de emanaciones, y así el universo acabará por regresar a la nada, y tú eres desde la eternidad y hasta la eternidad.
Y en tu ahora nosotros existimos, nos movemos y somos. Y en tu ahora, nuestro «ahora» deja de ser una ilusión y adquiere concreción y realismo. Somos, pues, hijos de la eternidad.
¡Gloria a Ti en quien y por quien nuestro polvo adquiere nobleza y eternidad!
Nosotros te admiramos, nosotros te proclamamos como el Único, el sin-tiempo, el sin-espacio, el sin-nombre.
Para Ti nuestro honor y nuestro amor.
Tomado del libro:” Salmos para la vida” de Padre Ignacio Larrañaga OFM