El Pobre de Nazaret capítulo V
“La vía que va de la pobreza al amor”
Comencemos por desplegar ante los ojos del lector dos enormes lienzos que, como llamas altísimas, darán resplandor a toda la actuación, dichos y hechos, de Jesús:
«Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y le traían todos los pacientes aquejados de enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán» (Mt 4,23-25).
«Venid a mí todos, todos los que estéis fatigados y agobiados, y os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es ligero y mi carga liviana» (Mt 11,28-30).
¿Hay una palabra mágica que pueda sintetizar estos dos magníficos textos? ¿Amor? Aquí está, en todo caso, latente y palpitante, el misterio viviente del Pobre de Nazaret: la vía que va de la pobreza al amor. Con ello, ¿no habremos tocado la zona más profunda de Jesús?
Todo comienza por un «corazón pobre y humilde». Jesús tenía una música secreta que sonaba en su corazón como una melodía de fondo, y que volvía a resonar incesantemente como un “cantus firmus”. Tenía una idea clara de vocación, como si tuviera fijada en su mente su propia imagen, que correspondía a la figura y destino de una persona, no necesariamente histórica, imagen contemplada y asumida desde los días de su juventud: la figura y destino del Ebed-Jahvé, el Siervo de Jahvé.
Ahora bien, un Pobre de Dios es un hombre libre. El que nada tiene y nada quiere tener nada puede temer, porque el temor es un haz de energías desencadenadas para la defensa de las propiedades y apropiaciones cuando el propietario las siente amenazadas. Pero a un Pobre como Jesús, que no ha hecho otra cosa que barrer hasta con los vestigios de su sombra, y que se ha dedicado a extirpar afanes protagónicos, sueños de grandeza, sutiles apropiaciones…, a este Pobre, ¿qué le puede turbar?
Por eso vemos a Jesús como el profeta incorruptible, el testigo insobornable, absolutamente libre frente a los poderes políticos y autoridades religiosas, frente a los amigos, seguidores y familiares, frente a los resultados de su propio ministerio, incluso frente a la ley y la religión oficial.
Ahora bien, de un hombre libre nace un hombre disponible, porque gracias a ciertos mecanismos misteriosos se hacen presentes en nosotros ciertas constantes, como, por ejemplo: de la negación nace la afirmación; del desprendimiento, la donación; de la pobreza, el amor; de la muerte, la vida. En suma, las energías connaturales encadenadas a la argolla del egoísmo, una vez desenganchadas y libres, quedan disponibles para el servicio de los demás.
Y así nace el Servidor: si el profeta no comienza por desprenderse, despojarse, desapropiarse, esto es, hacerse pobre, no puede servir a nadie; por el contrario, sutil y camufladamente, se sirve de todo y de todos. Por ejemplo, un profeta puede desvivirse por el pueblo, pero eventualmente, y sin advertirlo, podría estar transformando al pueblo en una plataforma para auto proyectarse y sentirse él mismo realizado: parecía que servía al pueblo, se servía del pueblo.
¿Conclusión? Sólo un hombre puro, sólo un Pobre puede servir a los pobres. ¿Cuál es, pues, el misterio final, y viviente del Pobre de Nazaret? La vía que va de la pobreza al amor.
En otras palabras, ¿quién es Jesús de Nazaret? Alguien pobre-libre-disponible-servidor, que ha recorrido el camino de la pobreza al Amor.
Tomado del libro “El pobre de Nazaret” Padre Ignacio Larrañaga OFM