Después de que el tiempo hubo llegado a su zenit, Cristo se hizo presente en el tiempo, y, renunciando a las ventajas de ser Dios se sometió a todas las desventajas de ser hombre, y una vez reducido a nuestra estatura, descendió incluso a los niveles infrahumanos.
Descendido al nivel de estos abismos, se abajó más todavía, hasta tocar el fondo final, el polvo de la nada, negando su propio instinto de vivir, en obediencia amorosa al Padre, cuya voluntad había permitido o dispuesto que el Hijo amado desapareciera en las ruinas de la catástrofe, sumiso y obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Aquí es donde la Libertad levantó triunfalmente su testa coronada de luz. Negándose a sí mismo, Cristo se trascendió a sí mismo. Esto es: negándose, hizo en su ser un enorme vacío, y este vacío fue para él el espacio de libertad que le permitió ser “el Hombre para los demás hombres”. Por libre, fue disponible; y al estar disponible, pudo ser el servidor del Padre y de los hermanos. Desde la pobreza al amor.
Esa amorosa entrega a la voluntad del Padre cavó en el suelo de Jesús un vacío infinito, y lo convirtió en un territorio enteramente libre. A través de ese vacío, como a través de un túnel, se realizó la proyección y comunicación del Dios Amor en la historia de los hombres. Ese túnel, ese vacío absoluto de sí, tiene un nombre: Jesús de Nazaret. Este es el compendio de una historia única e irrepetible, la de la Encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo.
Esta es la respuesta para hoy y mañana.
En la vorágine del egoísmo desolador, en el camino que va del placer a la muerte, amenazados como estamos por un naufragio de valores, abocados a un suicidio que puede ser colectivo, Cristo se levanta, en medio del polvo y de las ruinas, como una columna de luz y como Respuesta, como Aquél solo capaz de consolidar e integrar los huesos desarticulados. Y por este camino de Resurrección Él es el meteoro señorial disparado por los espacios y eternidades como flecha de esperanza.
Jesucristo, ¡he aquí la solución ayer, hoy y mañana!
Él es el único que puede resquebrajar por medio de la revolución del amor, el viejo orden, esa torre amasada, amalgamada y coronada por las incontables hijas del egoísmo. Más todavía: esa revolución del amor, no sólo puede levantar e impulsar un mundo nuevo por trayectorias optimistas, sino que -y esto es lo más importante- Cristo es el Único que puede descender hasta los abismos de nuestros miedos y como por arte de magia encantar nuestro “horror al vacío”.
Tomado del libro “El pobre de Nazaret” del Padre Ignacio Larrañaga, OFM