En las ocasiones de fracaso y derrota, Dios se manifiesta como un Dios liberador, en quien se puede confiar absolutamente porque saca fuerzas de la debilidad y de la muerte, la vida.
Dios no quiere la muerte y el fracaso de los hombres. Se hace presente especialmente en las situaciones de máxima amenaza mientras el hombre espera contra toda esperanza.
En la solidaridad de Jesús con los hombres que fracasan se pone de manifiesto la fuerza de Dios.
Jesús no responde a la violencia con violencia, sino que se deja ofender hasta el límite. Y al final Él es el fracasado por excelencia, el Crucificado, el estigmatizado. Aquí fracasa Jesús frente a los poderes de la violencia, el miedo y la mentira. En el drama de la Cruz se hace patente la omnipotencia de un Dios impotente y crucificado, amando hasta la locura.
Ahora se ve claramente por qué y cómo este nuestro Dios es amor a los enemigos, por qué queda afectado hasta las entrañas más profundas por el sufrimiento de los débiles e inválidos.
En Jesucristo crucificado se manifiesta la presencia de Dios, incondicional y victoriosa, un Jesús lleno de dulzura en medio de la catástrofe. El dolor de Dios es la salvación del hombre y el fracaso del hombre, es la victoria de Dios. Es decir, es la fuerza de Dios en la debilidad humana. 《Él, siendo rico se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza》(2Cor 8,9) y siendo fuerte se hizo débil para salvar a los débiles.
El sufrimiento de Dios brota de su amor para participar humillándose y humillado en el fracaso de los hombres, demostrándose de esta manera que el hombre es infinitamente mayor que sus éxitos y derrotas. Este hombre pierde el miedo se hace libre y es capaz de solidarizarse con el fracaso de todos los marginados de la tierra.
¡Esta es la victoria de Jesucristo en la Cruz!
Extractado del libro ´Las fuerzas de la decadencia´ de Padre Ignacio Larrañaga, OFM