¿Cómo librarnos de las ilusiones que nos arrastran a una preocupación íntima y a tanta desventura fraterna? No podemos vivir en esa tensión, balanceándonos siempre entre el nombre social y los sueños imposibles. No es posible la paz interior ni el amor fraterno, en tales circunstancias. Gran parte de nuestras energías son quemadas por esas preocupaciones que están al servicio de los sueños irreales.
Causa tristeza comprobar cómo se sufre, cómo se lucha, cómo se forjan tantas espadas y se rompen tantas lanzas por la apariencia efímera de un nombre que, al final, no es la verdad de la persona.
Porque lo importante, para la mayoría de los mortales, no es el realizarse sino el que me vean realizado. Y llaman realizado no a la productividad efectiva y objetiva, sino al hecho de que la opinión pública me considere triunfante y campeón. Y, subidos al potro de la mentira, vamos galopando sobre mundos irreales, temerosos y ansiosos. De la mentira de la vida, ¡líbranos Señor!
El secreto de la sabiduría está en darse cuenta de que el nombre es un vacío, como la sombra. La imagen interior de sí mismo es, también, un vacío, como la ilusión. Nada de eso es real. Nada de eso es objetivo.
Despertar significa tomar conciencia de que nos preocupamos por algo irreal, de que vivimos al servicio de una ficción, de que estamos haciendo en la vida una representación teatral, como aquellos que fabrican unas figuritas, y hacen gestos, y gastan las mejores energías en esa pantomima.
Despertar incluye el convencerse de que lo importante es ser, poner en movimiento todas las potencialidades hacia la máxima plenitud, dentro de nuestras limitaciones. No vale la pena sufrir y preocuparse por apariencias que son hijas de la fantasía. Despertar significa liberarse de la tiranía de las ilusiones.
Darse cuenta de todo eso ya es liberarse, Sólo con eso desaparecen las preocupaciones inútiles, y llega la paz. Los seres humanos, para vivir en armonía, necesitan en primer lugar, de la paz interior.
Muchas veces he percibido en los rostros tensos la falta de paz, principalmente fruto de las preocupaciones íntimas por su efigie, por hablar con una palabra. Y con esas cargas es imposible desenvolver relaciones armoniosas con los demás.
Las personas, en cuanto se den cuenta de que están perdiendo la paz por apariencias inexistentes, por causas que no vale la pena sufrir, van a sentir alivio y paz; y ahora, sí, podrá haber gozosa armonía con los demás miembros de su entorno.
Si el lector hiciera una experiencia de despertar, tomaría conciencia de que, la imagen que tanto le preocupaba, era vana ilusión, y entonces sentiría la sensación de un tremendo alivio; automáticamente se evaporarían las antipatías, los resentimientos, y todos sería paz, unión, amor. Es una experiencia liberadora.
Esta es la sabiduría.
¿Qué es el nombre? Una etiqueta acoplada a una imagen: un vestido. ¿Y qué es la imagen? Otra etiqueta, acoplada a la persona: vestido también. ¿Qué significa, qué es, por ejemplo, el nombre de Antonio Pérez? Voz, soporte de aire que sustenta una figura, y la figura sustenta una opinión. Lo importante es la persona. Lo decisivo no es la imagen ni el nombre, sino que yo sea verdad, producción, amor.
Todo esto significa humildad.
Este despertar es una verdadera purificación transformadora; es la conversión que nos introduce en el reino de la sabiduría. La sabiduría nos remite al reino del amor. Ahora sí podemos hablar del amor fraterno.
Extractado del libro “Sube conmigo” del padre Ignacio Larrañaga, OFM