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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

Paciencia

Entramos en uno de los capítulos más desconcertantes de Dios: su esencial gratuidad. Como consecuencia, sus iniciativas de gracia para con nosotros serán imprevisibles. Y como primera medida necesitaremos de mucha paciencia en nuestro trato con Dios.

Las emociones son regalos que el Padre ofrece de vez en cuando. Pero el regalo no se merece, ni se conquista, ni se obtiene, ni siquiera se pide. Se recibe. Gratuitamente se da y gratuitamente se recibe.

Dicen por ahí que la paciencia es el arte de esperar. Prefiero pensar que es el arte de saber, porque lo que se sabe se espera.

Pero saber, ¿qué? Que Dios y nosotros estamos en órbitas diferentes. Entre nosotros, en nuestras relaciones humanas, funcionan las leyes de proporcionalidad: a tal causa, tal efecto; a tanta acción, tanta reacción; a tanto trabajo, tal salario. Cálculos de probabilidad, constantes psicológicas…

En la vida con Dios no funcionan esas leyes. En el momento menos pensado, a Él se le ocurre pagar el mismo salario al que trabajó diez horas que al que trabajó dos horas. Nadie lo puede cuestionar, preguntándole: «¿Dónde está la justicia distributiva o la ley de proporcionalidad?».

El Señor nos responderá: «Hijos míos, no podéis cuestionarme con esas preguntas, porque lo que le di a éste que trabajó dos horas, lo mismo que al que trabajó diez horas, no fue un salario, fue un regalo que yo les hice, y de lo mío puedo hacer lo que yo considere conveniente. Por lo demás, en este mi Reino nada se paga porque se gana; nada se premia porque nada se merece. En este mi Reino, un solo verbo está en circulación, el verbo dar. Todo es don, todo es dádiva; y en vuestra órbita circula un solo verbo, el recibir, todo es merced, gratuidad».

Las palabras de Dios en la Biblia incluso suenan a capricho: «Hago gracia de quien hago gracia, tengo misericordia de quien tengo misericordia». Es una manera de expresarse aparentemente simplista, pero en el fondo, genial a la hora de definir la gratuidad. La gratuidad es así: sin pies ni cabeza, sin lógica ni previsión. Los que me buscan me encontrarán, pero no cuando quieran, como quieran o de la manera que quieran.

Tú tomas la decisión de vivir un desierto: cinco horas de silencio y soledad con el Señor metido en el corazón de la naturaleza. Las primeras cuatro horas fueron aridez y sequedad, y en los cuarenta y cinco últimos minutos se hizo presente el Señor con todo el peso de su gloria.

En otro desierto, durante la primera hora tuviste una inundación divina en un mar de gozo, siendo, en cambio, las restantes horas, pura fatiga y aridez.

Tuviste un retiro clásico de seis días, y fueron seis días de somnolencia y desgana. Y el jueves de la semana siguiente, allá, en el supermercado, cuando comprabas verduras, allá se hizo presente el Señor con un tal resplandor que te dejó deslumbrado por los días de tu vida…

Él es así: desconcertante, imprevisible por ser gratuidad. Hay que tener mucha paciencia con Dios. Los que lo buscan lo encontrarán, pero no cuando quieran, como quieran o de la manera que quieran.

Los que quieran tomar en serio a Dios que se preparen a sentarse pacientemente ante el umbral de su puerta esperando sus silencios, ausencias y tardanzas.

Dios toma a una persona y la lleva, toda la vida, por las áridas arenas de un desierto. Toma a otra persona y la conduce por los mares de la ternura. Toma a otra persona y, en medio de la vida, se le hace presente con una de aquellas «visitaciones» que la dejan marcada. Toma a otra persona, y no le da nada de eso, pero infunde una sensibilidad divina tan grande que no puede vivir sin Dios. Toma a otra persona y le concede una constancia tan tenaz que la mantiene en fidelidad hasta la muerte. ¡Él no se repite! Para cada uno tiene su pedagogía, y ésta va variando por normas que desconocemos completamente.

Los que quieran tomar en serio a Dios que se preparen a mantenerse de pie con una ardiente paciencia, sabiendo y aceptando de entrada que Él es así: desconcertante, imprevisible por ser esencialmente gratuidad.

¡Paciencia!: el arte de saber, y aceptarlo con paz, que no necesariamente a nuestros esfuerzos por buscarlo corresponderá la gracia de encontrarlo, que no necesariamente los resultados serán proporcionales a los esfuerzos, que no existen constantes psicológicas ni leyes de proporcionalidad, que aquí todo es imprevisible y concertante porque ÉI es así: pura gratuidad.

Las personas van perdiendo la fe en todo esto, mientras van comentando: esto parece irracional, estamos perdiendo el tiempo ¡no vale la pena…! y acaban por abandonarlo todo.

Por no saber que no necesariamente a nuestros esfuerzos por buscarlo corresponderá la gracia de encontrarlo. Por no saber y aceptar en paz que no necesaria mente los resultados serán proporcionales a los esfuerzos. Por no saber y aceptarlo con paz que Él es así: pura gratuidad. En suma, por no tener paciencia.

Extraído del libro “Itinerario hacia Dios”, de Padre Ignacio Larrañaga, OFM