Cuando estalla el amor en la primavera de la ida, los amantes creen conocerse mutuamente, pero en la mayoría de los casos tan solo se conocen por la superficie; y se comprometen en matrimonio sin conocerse realmente.
Por lo demás, casi siempre el ser humano es un desconocido incluso par sí mismo. Muchas personas son reservadas por instinto, y entre abren calculadamente las puertas interiores más para observar que para ser observados.
Mas aún; en las primeras etapas del amor, muchos amantes idealizan a la persona amada: en realidad muchos novios no se enamoras de la persona real sino de la imagen ideal.
Esta imagen es una mezcla sublimada de sueños inconscientes, evocaciones y fantasías de personajes de películas, proyecciones idealizadas de sus propios progenitores… Y esa imagen ideal la transfieren a la persona amada, identificando, sin darse cuenta, la imagen con la persona.
¿Resultado? Una persona idealizada.
Es una peligrosa simbiosis; por ella los suños encubren la realidad con espejismos engañosos, y la verdad de la persona amada se diluye a través del tamiz de una ensoñación.
De esta manera muchos amantes, en su enamoramiento, persiguen sueños imposibles. Parecen embelesados, viven en un mundo de encantamiento, no les interesaba realidad objetiva de la persona amada, no quieren despertar.
Si un familiar les advierte: “Abre los ojos; mira que adolece de tales y cuales defectos…”, estos amantes embelesados responden ingenuamente: “Ya cambiará cuando nos casemos”. Como el avestruz esconde la cabeza bajo las alas, estos amantes prefieren no salir de sus doradas fantasías, y seguir soñando despiertos.
Tiempo atrás habían quedado deslumbrados al contemplar aquella figura, aquellos ojos, aquel rostro. Se sintieron irresistiblemente fascinados por aquella espontaneidad, su risa fácil, la expresividad de su temperamento, su simpatía. Y todo esto con fijación obsesiva, a veces con ciertos aires de neurosis.
Por otra parte, en esta etapa de enamoramiento, algunos jóvenes se esfuerzan por encubrir su verdadera personalidad: con el propósito de cautivar, tratan de exhibir encantos artificiales, cualidades que, en realidad, no poseen.
Son juegos de enamoramiento que, en algunos casos, se deben a una baja autoestima del sujeto. Estos individuos razonan de esta manera: “Tal como soy, con tan pocas cualidades, ¿quién me va a querer?”. Y recurren a estos artificios para seducir a la persona amada; con lo cual se desvritúa la verdadera naturaleza de la persona.
Por otro lado, hay veces en que el amor es una ilusión carente de objetividad. Se sueña locamente. Se aspira a un matrimonio pletórico de prodigios. Se deja correr la fantasía; se imaginan una existencia soñadora junto a un consorte revestido de carisma. Por otra parte, todo esto, ciertamente, no deja de tener sus ventajas, porque de otra manera, ¿quién se casaría?, ¿quién tendría hijos? Con razón afirma el pueblo que el amor es ciego.
Los jóvenes se casan. La convivencia, como la vida misma, está surcada de curvas inesperadas y piedras en el camino. Y los nuevos esposos, en la intimidad delhogar, se encuentrapor primera vez con aristas y rasgos negativos de personalidad, cosas que jamás se habrían imaginado el uno del otro.
La vida real se encarga, pues, de desvanecer los sueños; las fantasías se las lleva el viento y nos quedamos con la realidad descarada entre las manos: la pareja ideal no existe.
Para muchas jóvenes parejas este despertar resulta cruel, aunque necesario y benéfico, como dice A. Machado:
Tras el vivir y soñar
está lo que más importa:
despertar.
Así pues, a partir de los primeros gritos y reacciones nerviosas, las nuevas parejas comienzan a manifestarse tal como son, y por primera vez comienzan a conocerse de verdad.
La mayoría de las parejas pasan por esta etapa de descubrimiento mutuo, y este paso del sueño a la realidad, que llamamos despertar, es de suma importancia.
Los cónyuges ya se conocían en los acondicionamientos positivos de personalidad, porque lo hermoso siempre está a la vista. Pero los rasgos negativos, que en ninguna persona faltan, se disfrazan a veces calculadamente, otras veces instintivamente. Pero en el trato permanente, en la interioridad del hogar, a partir de los altibajos en los estados de ánimo y otras viscisitudes emergentes, hacen su aparición los rasgos irrascibilidad, rencor, impaciencia, aspectos que hasta ahora aparecían encubiertos. Pro a quedar al descubierto los lados negativos, emerge la personalidad en su cruda realidad.
Ante tan inesperado descubrimiento, la primera reacción de las parejas jóvenes suele ser la de dejarse invadir por la desilusión, exclamando: “Si hubiera sabido que era así…”. Es un momento delicadísimo. La ilusión puede fragmentarse e mil pedazos. Los individuos de frágil personalidad de inmediato comienzan a pensar en la separación.
Continuaremos en nuestro próximo tema “Aceptar”.
Extraído del libro “El matrimonio feliz” de Fr. Ignacio Larrañaga