BIENVENIDO GUÍAS REGISTRADOS ADMIN

Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

El Silencio de María

En la Biblia, un silencio impresionante envuelve la vida de María. En los Evangelios, la Madre aparece incidentalmente, y desaparece en seguida.

Los dos primeros capítulos nos hablan de ella. Pero aun aquí, María aparece como un candelabro; lo importante es la luz -el Niño-. Las noticias de la infancia nacieron, en su útima instancia, de María. De alguna manera podríamos decir: aquí habla María. Y la Madre habla de José, de Zacarías, de Simeón, de los pastores, de los ángeles, de los reyes… De ella misma, apenas habla nada. María no es narcisista.

Después, en los Evangelios, la Madre aparece y desaparece como una estrella errante, como si sintiera vergüenza de presentarse: en el templo, cuando se pierde el Niño, en Caná, en Cafarnaúm, en el Calvario, en el Cenáculo, presidiendo el grupo de los Doce, en oración. En estas tres últimas presentaciones, la Madre no articula ni una palabra.

Después, solo una alusión indirecta, mucho más impersonal: “Nacido de mujer”. Aquí Pablo coloca a María detrás de un extraño anonimato: “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4,4). Hubiese sido suficiente colocar el nombre de María detrás de la palabra “mujer”, ¡y hubiese quedado tan bonito! Pero no. El destino de la Madre fue siempre quedar allá atrás, en la penumbra del silencio.

Impresiona y extraña la poca importancia que, al parecer, Pablo da a María. Por los cómputos cronológicos, ellos dos pudieron haberse conocido personalmente, y posiblemente se conocieron. Al reclamar su autoridad apostólica Pablo se gloría de haber conocido, personalmente, a Santiago, “hermano” del Señor (Ga 1,19). Sin embargo, de María no hace alusión alguna, ni siquiera indirecta, en sus cartas.

Fuera de esas fugitivas apariciones, la Biblia no habla nada más de María. Lo demás, es silencio. Sólo Dios es importante. María transparenta, y queda en silencio.

La Madre fue como esos vidrios grandes, limpios y transparentes. Estamos en una habitación sentados en una butaca, contemplando variadas escenas y lindos paisajes: la gente camina por las calles, se ven árboles, pájaros, panoramas bellísimos, estrellas en la noche. Nos entusiasmamos de tanta belleza. Pero, ¿a quién debemos todo eso’ ¿Quién se da cuenta de la presencia y de la función del vidrio? si en lugar del vidrio, hubiese una pared, ¿veríamos esas maravillas? Ese vidrio es tan humilde, que transparenta un panorama magnífico, y él queda en silencio.

Eso, exactamente, fue María.

Fue una mujer tan pobre y tan limpia (como el vidrio), tan desinteresada y tan humilde que nos hizo presente, nos transparentó el misterio total de Dios y su salvación, y ella quedó en silencio, apenas nadie se dió cuenta de su presencia, en la Biblia.

Navegando en el mar del anonimato, perdida en la noche del silencio, siempre al pie del sacrificio y de la esperanza, la figura de la Madre no es una personalidad acabada con contornos propios. Este es el destino de María. Mejor, María no tiene destino, como tampoco tiene figura configurada. Siempre está adornada con la figura del Hijo. Siempre dice relación a Alguien. Ella siempre atrás. La Madre fue un “silencio cautivador”, como dice Von le Fort.

María fue aquella Madre que se perdió silenciosamente en el Hijo.

Extractado del libro “El silencio de María” del Padre Ignacio Larrañaga