Es obvio: la piedra angular sobre la que se edifica el matrimonio es el amor.
Pero como el amor es el término más manipulado del diccionario, se lo ha revestido a lo largo de los siglos con las connotaciones más variadas y exóticas. Hay quienes lo han definido como emoción, energía, vibración, pasión, ideal…
Lo que se vive no se define.
Tiene mil significados, se viste de mil colores, confunde como un enigma, fascina como una sirena.
Alegorías
Permítame el lector divagar por un momento por los espacios de la alegoría y de la metáfora, porque quizá el medio más expedito para hablar del amor es el de la sugerencia y la evocación, dejando flotar en el aire un no sé qué, que, sin entenderlo, se entiende.
Amar es franquear las fronteras que se levantan entre el sueño y la realidad.
Amar es comprobar cómo, ¡por fin!, cae desmayada la sombra de la soledad.
Amar es sorprender sueños imposibles en unos ojos, sueños que a la postre nos conducirán más allá de todas las sorpresas.
Amar es descubrir el secreto que guardan las semillas debajo de la nieve.
Amar es despertar una mañana y descifrar por primera vez la escritura que las golondrinas tejen con sus vuelos. Parece magia…
Aprender a vivir es aprender a amar, porque sólo quien ama, vive.
Si el sol se apagara, la tierra sería oscuridad absoluta. Si el amor expirara, el matrimonio, y la vida misma, sería tedio absoluto.
Cuando el sol del amor brilla en los espacios conyugales, la vida es un milagro perpetuo, una rosa en la mano, una canción en los labios, una melodía caída de las estrellas, un prodigio de gracia y encantamiento general.
El amor no tiene razones ni da explicaciones. Entra en la casa sin previo aviso; y, sin pedir disculpas, rompe esquemas, quema viejos estandartes, reduce a cenizas venerados ideales, altera criterios, sacude estanterías y suelta al viento jerarquías de valores.
Radiografía
El amor es una energía que devora las distancias que se abren entre un ser humano y otro y los unifica, superando así el vacío afectivo y la soledad existencial.
A pesar de que, como hemos dicho, se abre una distancia infinita entre dos individuos, siempre será posible la maravilla de una vida a dos.
El amor auténtico se fija en la persona misma y no en su envoltorio.
Si se ama a una persona por su posición social o su apellido, es un amor adulterado.
Un amor que se originó al impulso de una anatomía espléndida o de una seductora mirada puede congelarse al primer golpe del cierzo. Era un sentimiento efímero.
El amor que nace motivado por factores exteriores es un egoísmo camuflado. Más aún, podemos asegurar que el verdadero amor no deja de tener su carácter irracional, esto es, no tiene razones para amar. El amor nace espontáneamente, sin un porqué.
Así como una joya no se estima por el precioso estuche que la contiene sino por su belleza intrínseca, así, en el verdadero amor, la persona es amada por ser quien es.
Tomado del libro “El matrimonio feliz” de fr. Ignacio Larrañaga, OFM