Estamos levantando el muro de la fraternidad con piedras desiguales. Algunas son redondas como lunas llenas. Otras son puntiagudas. Algunas parecen cortadas a plomada, otras son perfectas formas geométricas. Las hay también uniformes.
Cada piedra tiene su historia. Las redondas provienen de los ríos. Ellas rodaron durante muchos años en el seno de las corrientes sonoras. Otras fueron cantos rodados, bajando por las pendientes de las montañas. Algunas fueron extraídas expresamente de las canteras ardientes.
Todas ellas son tan diferentes por sus orígenes, historia y formas, de la misma manera que los miembros de la sociedad que vienen de diversos hogares, latitudes, continentes, con sus historias inéditas y personalidades únicas.
Con tan peculiares personalidades, todas las piedras tienen que adoptar posiciones apropiadas para ajustarse a las formas, tan diferentes de las demás piedras. Se hace un esfuerzo sostenido de adaptación. Muchas de ellas recibieron golpes y perdieron ángulos de personalidad para poder ajustarse mejor. Todas se apoyan mutuamente. Unas sostienen a las otras. Las grandes reciben gran parte de la presión del muro. Cada una respeta la forma de la otra. Se amó mucho porque se dio mucha vida.
No es tarea fácil. Un muro de cal y canto se levanta con facilidad. Suben también rápidamente las paredes construidas con piedras cuadradas o bloques de cemento. Pero para construir un muro sólido con piedras tan dispares se necesita de una ardiente paciencia y de una esperanza inquebrantable. A pesar de todo, si el Señor no está con nosotros, de nada sirve el esfuerzo de los albañiles.
He aquí la historia de una fraternidad. Los que pasan por delante de nuestra edificación se alejan repitiendo: ésta es obra del Señor.
Extractado de libro ´Sube conmigo´ de Padre Ignacio Larrañaga, OMF