Es difícil descifrar y explicitar el significado de la palabra “libertad” en el contexto de la vida conyugal. ¿Qué significa sentirse libre en la convivencia matrimonial?
Todo lo que impide el crecimiento integral del cónyuge es un atentado contra la libertad. Allí donde no hay respeto, no hay libertad y, donde no hay libertad, estamos avasallando el núcleo más sagrado de la persona.
Donde no hay libertad, hay temor, y, a la sombra del temor, nacen y crecen todas las malezas de los complejos y traumas que irán asfixiando inexorablemente el proceso de la maduración humana.
La actitud que con más frecuencia atropella la libertad en el círculo conyugal recibe el nombre de dominación.
Pero esta dominación no siempre se ejerce con redoble de tambores ni con comportamientos compulsivos. No hablamos aquí de los que dominan con rudeza. Hay cónyuges que, actuando sutilmente, van llevando al otro cónyuge contra las cuerdas, no con el empuje del viento, sino en alas de la brisa.
El cónyuge víctima, para cuando toma conciencia de lo que está sucediendo, ya se le ve temeroso, disminuido y sin capacidad de reacción.
Así se comprenden ciertos casos que hemos conocido en la vida. A la vista de todos, el matrimonio funcionaba admirablemente. La pareja era un modelo de armonía y madurez.
Falleció el marido. Al cabo de un tiempo razonable, ¡oh sorpresa!, a la viuda se le ve como si por primera vez comenzara a vivir, revestida de una tamizada alegría, la alegría de quien saborea por fin la libertad de vivir. Su viudez tiene aires de liberación. Señal evidente de que, a pesar de las apariencias, en el fondo de aquella relación matrimonial reinaba una velada dominación.
El dominador trata de controlar al otro, no necesariamente de manera grosera. Lo somete a prueba. Imparte órdenes, no siempre autoritariamente. Van promoviendo – ignoramos si consciente o inconscientemente – complejos de inferioridad, o mejor, de inseguridad. Aduce razones, que no son razones sino pretextos, para mantener a la esposa en el círculo del hogar. Todo esto, sobre todo, en el largo proceso de la adaptación. Total, en el momento menos pensado, la esposa puede encontrarse resignada a una situación de sumisión y dependencia. Domesticada.
Como es obvio, no siempre ocurre así. No podemos universalizar. Por añadidura, y afortunadamente, la cultura moderna respira de otra manera. Uno de los grandes sueños de esta cultura es la reconquista y promoción de los derechos de la mujer. Pero aun así, nos asiste la convicción más firme en el sentido de que no debemos descuidar el marcaje insistente sobre el carácter sagrado e inalienable de ambos cónyuges por igual, de donde emanan el respeto, la libertad y el compromiso mutuos.
Los esposos no deben hacer del amor una cadena, sino un abrir espacios de libertad entre los dos, evitando a toda costa que el amor se les convierta en simbiosis.
Solo dos cónyuges psíquicamente libres pueden organizar unas relaciones conyugales sanas.
Extraído del libro “El matrimonio feliz” de P. Ignacio Larrañaga