Ser cariñoso significa conducirse con un corazón afectuoso en el trato con los demás.
Significa ser amables y bondadosos, tanto en los sentimientos como en las actitudes en relación con aquellos que están a nuestro lado.
No hay normas para ser cariñosos.
Es diferente ser cariñoso que hacer caricias. Lo importante es que el otro, a partir de mi trato con él, perciba claramente que yo estoy con él.
En suma: es una corriente sensible, cálida y profunda.
No hay recetas para ser cariñosos, pero hay gestos y actitudes que son portadoras de cariño: una sonrisa, un gesto, una mirada, una pregunta: “cómo te sientes?”, ¡Es tan fácil hacer feliz a una persona! Basta una aproximación, una palabra. ¡Qué fácil y qué estupendo acercarse a un hermano atribulado para decirle: no tengas miedo; todo pasará; mañana será mejor cuenta conmigo!
¡Es tan fácil hacer feliz al cónyuge! Pequeños detalles, una mirada especial, un tomarse las manos, es como si se le dijera: “Eres para mí la persona más importante”, basta llamar por teléfono: ¿Cómo están los niños?, ¿Hay alguna novedad? ¿Necesitas algo?, “estamos orgullosos de ti…” y así, el amor es una llama que va ascendiendo a las alturas, y de rebote estamos librando la batalla contra la rutina.
¡Qué tarea sublime la de llevar un vaso de alegría!
¡Qué fácil dedicarle, de pronto, unos momentos a alguien sin un por qué, sin ninguna finalidad!
Nosotros no podemos hacer feliz a nadie. Pero sí podemos dedicarnos a entregar vasos de felicidad, copas de cariño: actitudes, gestos, aproximaciones, miradas, sonrisas, palmadas en el hombro… con eso no hemos hecho feliz a nadie, pero hemos repartido pequeñas porciones de felicidad.
¡Qué bella profesión ésta de repartir vasos de cariño, copas de alegría, pequeñas porciones de aliento y esperanza!
¡Es tan fácil! Basta con estar salidos de sí y vueltos hacia los demás.
Extraído de los Libros ´Transfiguración´ y ´El Matrimonio Feliz´ de P. Ignacio Larrañaga.