El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?…
Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra, me siento tranquilo. (Salmo 27, v.1, 3)
El salmo 27 se encuentra en las mismas armónicas que aquella gran melodía que viene resonando desde las primeras páginas de la Biblia: no tengas miedo; yo estoy contigo. Moisés, Josué, Gedeón, Samuel, David, y todos los profetas, en los momentos decisivos, al experimentar el peso de su fragilidad frente a la altura de una responsabilidad, escucharon, en diferentes oportunidades, y en múltiples formas, estas o semejantes palabras, que les liberaron de temores y les infundieron coraje.
Esta melodía adquiere en ciertos momentos, una tensión verdaderamente conmovedora. Así, por ejemplo, cuando, muerto Moisés, Josué tuvo que ponerse al frente del pueblo, en su marcha conquistadora hacia la Tierra Prometida; sintiéndose (Josué) indeciso para cruzar el río Jordán, frontera de la futura patria, el Señor le infundió aliento y esperanza con estas palabras: “…como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. Sé valiente y firme, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres, Sé, pues, valiente y firme…No tengas miedo ni te acobardes, porque tu Dios estará contigo a donde quiera que vayas” (Josué 1, 1-10).
Estas palabras acompañaron a Josué, como luz y energía, durante las mil y una aflicciones que tuvo que soportar en los años en que Israel se instaló en la tierra de Canaán, instalación que no fue una posesión pacífica de una tierra regalada, sino una conquista sangrienta en medio de mil atrocidades.
Esta melodía o leit motiv – la asistencia leal y amorosa de Dios – adquiere una tonalidad todavía más intensa y alta en los profetas, sobre todo en Isaías: “No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre: “eres mío”. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo; si por los ríos, no te anegarán. Si andas por una hoguera, no te quemarás, porque yo soy tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador” (Is 43, 1-3). Numerosos textos, semejantes a éste, diseminados aquí y allá, en diversos profetas, expresan la misma convicción.
De esta certeza, reiteradamente confirmada a lo largo de los siglos bíblicos, deduce san Pablo una cadena de alentadoras conclusiones: “Ante esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?… ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Estoy seguro de que, ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios” (Rom 8, 31-39).
Extraído del Libro “Salmos para la Vida” de P. Ignacio Larrañaga.