Al hablar de salvarse, entendemos aquí la salvación en su acepción más popular y llana: estamos haciendo referencia al esfuerzo por el que uno mismo, con sus propios medios, se pone a salvo evitando caer en un peligro o saliendo de una situación mortal.
Más concretamente, nos referimos a ciertas iniciativas que cualquier persona puede utilizar, a modo de autoterapias, para evitar o mitigar el sufrimiento. Hablamos, por ejemplo, de salvarse del miedo, salvarse de la tristeza, salvarse de la angustia, salvarse del vacío de la vida, salvarse del sufrimiento y salvarse a sí mismo.
No hay especialista que pueda salvarme con su análisis y recetas. La “salvación” es el arte de vivir, y el arte se aprende viviendo, y nadie puede vivir por mí o en lugar de mí. No hay profesional u orientador que sea capaz de infundir en el ser humano el coraje suficiente como para lanzarse por la pendiente de la salvación; es la misma persona quien tiene que sacar desde su fondo ancestral las energías elementales para atreverse a afrontar el misterio de la vida con todos sus desafíos, reclamos y amenazas.
Es uno mismo quien puede y debe salvarse a sí mismo, para adquirir de esta manera la tranquilidad de la mente y el gozo de vivir. Para ello hay que comenzar por creer en uno mismo, y tomar conciencia de que todo ser humano es portador de inmensas capacidades que, normalmente, están dormidas en sus galerías interiores; capacidades por las que, una vez despiertas y sacadas a la luz, la persona puede mucho más de lo que imagina. Dispone, además de la maravilla de su mente, llena de fuerzas positivas a las que puede dar curso libre.
Hay que comenzar, pues, por creer en uno mismo y en la propia capacidad de salvación.
Hay personas que funcionan socialmente bien mediante mecanismos de disimulo o de sentido común, pero interiormente sienten tristeza y dolor. Estas personas no tienen síntomas patológicos; pero sufren una agonía mortal, y, con frecuencia, ni siquiera saben por qué.
Sufren depresión, insomnio. Sacan a relucir sus problemas matrimoniales o profesionales. Pero no es ése su verdadero problema. Su problema es la sensación que tienen de que la vida se les va sin haber vivido. No les falta nada, y por tenerlo todo, hasta tienen buena salud física y psíquica; pero están dominados por la sensación de que les falta todo. Sin poder explicárselo, se sienten asediados por el vacío.
Frente a este panorama, salvarse significa ir suprimiendo o disminuyendo las fuentes del sufrimiento, significa también lograr plena seguridad y ausencia de temor para superar las fronteras del dolor, la angustia, superar la preocupación obsesiva por sí mismos y así adquirir la presencia de ánimo, la serenidad y naturalmente las ganas de vivir.
Esta sagrada tarea de Salvarse, nadie la hará por mí o en lugar de mí. Yo tengo que ser el “salvador” de mí mismo. Los amigos y familiares pueden estar conmigo hasta unos ciertos niveles de profundidad. Pero en los niveles últimos de profundidad, donde yo soy yo mismo y distinto de todos, “allá”, o asumo yo toda la responsabilidad o me pierdo, porque a esos niveles no llega ninguna ayuda exterior.
No existe otro “salvador” de mí mismo que yo mismo.
Reiteramos: ¡Sálvate a tí mismo!
Extracto de Libro Del Sufrimiento a la Paz, de P. Ignacio Larrañaga
En este libro el autor ofrece algunos mecanismos sencillos, eficaces y prácticos, con los que cualquier persona pueda, por sí misma, eliminar por completo muchos sufrimientos o, al menos, suavizarlos.