La armonía entre los hermanos tiene una condición primera e imprescindible: perdonar. Urgentemente necesitamos la paz. Sólo en la paz se consuma el encuentro con Dios. Y sólo por el perdón viene la paz.
Perdonar es abandonar el resentimiento contra una persona. Perdonar es extinguir los sentimientos de hostilidad como quien apaga una llama.
Existe un perdón intencional, en este caso, se querría arrancar del corazón toda hostilidad y no sentir ninguna malevolencia. Se perdona sinceramente pero se trata del caso de los que dicen: perdono pero no puedo olvidar. Este perdón es suficiente para acercarse a los sacramentos pero no cura la herida.
Existe también el perdón emocional. Esto no depende de la voluntad, porque la voluntad no tiene dominio directo sobre el mundo emocional. El perdón emocional sana las heridas.
Hay tres modos de conceder el perdón emocional.
El primero se da en estado de oración con Jesús: Concéntrate. Evoca por la fe, la presencia de Jesús, evoca el recuerdo de tu hermano “enemistado”. Di estas palabras:
Jesús, quiero sentir en este momento lo que tú sientes por aquel hermano.
Perdona tú dentro de mí. Quiero perdonarlo como tú perdonas.
Imagina cómo desaparece la oscuridad en presencia de la luz.
El segundo modo de perdonar emocionalmente es comprendiendo. Si comprendiéramos no haría falta perdonar.
Piensa en tu «enemigo», en cuanto tu atención esté fija en él, aplícale las siguientes reflexiones:
Fuera de casos excepcionales, en este mundo nadie actúa con mala intención, nadie es malo. Si él me ofendió, ¿quién sabe qué le contaron? ¿Quién sabe si estaba pasando una grave crisis? Lo que en él parece orgullo es timidez. Su actitud para conmigo parece obstinación, pero es otra cosa: necesidad de autoafirmación. El pobre se siente tan poca cosa… A veces su conducta me parece agresiva; en realidad se trata de golpes secos para darse a sí mismo seguridad.
Si es difícil para mí, mucho más difícil es para él mismo. Si con ese modo de ser sufro yo, mucho más sufre él mismo. Le gustaría ser constante y es versátil. Le gustaría ser encantador y es antipático. Le gustaría vivir en paz con todo el mundo y siempre está en conflicto con todos. Le gustaría agradar a todos y no lo consigue. El no escogió ese modo de ser.
Después de todo esto, ¿tendrá el “enemigo” tanta culpabilidad? ¿Qué sentido tiene el irritarse contra un modo de ser que él no escogió? No parece repulsa sino comprensión. A fin de cuentas, ¿no seré yo el equivocado y el injusto con mi actitud y no él? ¿No pedimos todos los días la misericordia del Padre? Si supiéramos comprender, el sol de la ira declinaría, y la paz como sombra bendita, ocuparía nuestras estancias interiores.
El tercer modo de perdonar es desligándose.
Se trata de un acto de dominio mental por el que uno desliga y desvía su atención.
El sentimiento de malevolencia es una corriente emocional establecida entre mi atención y mi «enemigo».
Perdonar consiste, pues, en interrumpir o desligar ese vínculo de atención agresiva, quedar yo atencionalmente desligado del otro, y en paz.
Cuando adviertas que estás dominado por el recuerdo del otro, haz un acto de control mental y desliga su atención: simplemente corta ese vínculo de atención. Vacíate interiormente suspendiendo por un instante tu actividad mental. Luego comienza a pensar en otra cosa y vuela con tu mente en cualquier dirección.
Aprovecha toda oportunidad para repetir este ejercicio de perdón. Pronto sentirás que ya no te molesta el recuerdo de aquella persona. El perdón beneficia al que perdona.
Del libro ´Muéstrame tu Rostro´ de P. Ignacio Larrañaga