Jesús, siendo un joven de veinte o veinticinco años, fue experimentando progresivamente que Dios no es, sobretodo el Inaccesible, o el Innominado, aquel con quien había tratado desde las rodillas de su Madre.
Poco a poco, Jesús, dejándose llevar por los impulsos de intimidad y ternura para con su Padre llegó a sentir progresivamente algo inconfundible: que Dios es como un Padre muy querido; que el Padre no es, primeramente, justicia sino Misericordia; que el primer mandamiento no consiste en amar al Padre sino en dejarse amar por Él.
La intimidad entre Jesús y el Padre fue avanzando mucho más lejos. Y cuando la confianza-de Jesús para con su Padre-perdió fronteras y controles, un día salió de la boca de Jesús la palabra de máxima emotividad e intimidad: ¡Abbá, querido Papá!
Y ahora sí, Jesús podía salir sobre los caminos y las montañas para comunicar una gran noticia: que el Padre está cerca, nos mira, nos ama. Y nos reveló al Padre, con comparaciones llenas de belleza y emoción.
¿Vieron alguna vez que un niño hambriento pida un pedazo de pan a su padre, y éste le dé una piedra para que le rompa los dientes? Estallan las primaveras, brillan las flores, anidan los pájaros, todo se cubre de esplendor, arden las estrellas allí arriba. ¿Quién da vida y belleza a todo esto? El Padre se peocupa de todo. ¿Acaso no valen ustedes más que los pájaros, las flores y las estrellas? Hasta los cabellos de su cabeza y los pasos de sus pies, todo está enumerado. El Padre no los vigila, los cuida.
Pidan, llamen, toquen las puertas. Se les abrirán las puertas, encontrarán lo que buscan, recibirán lo que piden. Su único problema consiste en dejarse envolver y amar por el Padre. ¡Si ustedes supieran cuánto son amados por Él, si ustedes conocieran al Padre…nunca sabrían de tristezas ni de miedos! Y ahora compórtense con los demás tal como el Padre procede con ustedes.
Cuando se siente el amor del Padre, surge en el corazón humano, un deseo incontenible de tratar a los demás como el Padre me trata a mí. A partir de esa experiencia el otro se transforma, para mí, en hermano.
Esto mismo le sucedió a Jesús: experimentó el amor del Padre, cuando era joven. Y al impulso del dinamismo de ese amor, Jesús salió al mundo para tratar a todos como el Padre lo había tratado a Él. Como mi Padre me amó, así yo los he amado a ustedes.
Este es el programa que Jesús propone a los hombres. Aquí está la revolución, la “novedad” profunda y radical del Evangelio. Jesús es SU HIJO amado. Nosotros somos sus hijos amados.
Y así surge la unidad, como una necesidad de amor, como un espacio vital donde poder derramar las energías y el calor que hemos almacenado, provenientes del sol del Padre.
Extractado del libro “Sube conmigo” de P. Ignacio Larrañaga
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