Despertar es el primer acto de salvación.
La persona, por lo general, es un sonámbulo que camina, se mueve, actúa, pero está dormido. Se inclina en una dirección, y con frecuencia no sabe por qué. Irrumpe aquí, grita allá, ahora corre, más tarde se detiene; acoge a éste, rechaza a aquél, llora, ríe, canta; ahora triste, después contento: son, generalmente actos reflejos y no plenamente conscientes. A veces da la impresión de ser un títere movido por hilos misteriosos e invisibles.
¡Cuántas veces el hombre no entiende nada; y sufre!
Sufre porque está dormido y dormir significa estar fuera de la objetividad, dormir es sacar las cosas de su dimensión exacta, es exagerar los perfiles negativos de los acontecimientos, personas y cosas.
Es preciso despertar y despertar es salvarse; es economizar altas cuotas de sufrimiento. Es el arte de ver la naturaleza de las cosas, en uno mismo y en los demás, con objetividad, y no a través del prisma de mis deseos y temores. Es darse cuenta si un hecho tiene remedio o no; si lo tiene, para encontrarle solución; si no lo tiene, para olvidarlo.
Despertar y darse cuenta que los hechos consumados, consumados están, saber que todo pasará, que aquí no queda nada, que todo es transitorio, precario, efímero. Que las penas suceden a las alegrías, y las alegrías, a las penas; saber que aquí abajo nada hay absoluto; que todo es relativo, y lo relativo no tiene importancia o tiene una importancia relativa.
¡Despierta! muchas tinieblas de tu mente desaparecerán y grandes dosis de sufrimiento se esfumarán.
Extractado del libro Del Sufrimiento a la Paz de p. Ignacio Larrañaga
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