El gran desafío del hombre para el hombre a lo largo de los siglos: qué hacer y cómo hacer para que yo llegue a ser dueño de mi mente, para que mi pensamiento esté únicamente ocupado por recuerdos estimulantes, ideas positivas, por motivos queridos por mí, y no por los que se me imponen. Mientras no avancemos en esta dirección, no podemos hablar de libertad.
El dominio mental es uno de los medios más poderosos de liberación, para que se apaguen los fuegos y el alma se transforme en un huerto placentero.
Para referirnos a este poder mental utilizamos diversos términos, como dejar, soltar, desprenderse, desligarse, olvidar.
La masa general del sufrimiento humano es un producto de la actividad mental. En nuestras manos está la posibilidad de neutralizar, atenuar o transformar este subproducto de la existencia humana.
Somos nosotros mismos quienes engendramos los disgustos al recordar ciertos hechos, removiéndolos en la mente como si acabaran de suceder, y así, un hecho pasado se transforma en disgusto. Despierta y despréndete de los recuerdos dolorosos. ¡Basta de sufrir!
El sentido común y la sabiduría más elemental de la vida nos confirman que es insensatez perder el tiempo en lamentaciones, dándose de cabeza contra el muro indestructible de un hecho consumado. Es preciso silenciar la mente y aquí está el secreto de la liberación.
Existe un talismán prodigioso, y se llama el camino del abandono, palabra ambigua que se presta a equívocos. Correctamente vivido, coloca a la persona en su máximo nivel de eficacia y productividad.
En todo acto de abandono existe un no y un sí. No a lo que yo quería o hubiese querido. ¿Qué hubiese querido? ¡Venganza contra los que me hicieron esto!; no a esta venganza. ¡Tristeza porque se me fue la juventud!; no a esa tristeza. ¡Resentimiento porque todo me sale mal en la vida! No a ese resentimiento.
Y sí a lo que Tú, Dios mío, quisiste, permitiste o dispusiste. Sí, Padre, en tus manos extiendo mi vida como un cheque en blanco. ¡Hágase tu voluntad!
Abandonarse consiste, pues, en desprenderse de sí mismo para entregarse, todo entero, en las manos de Aquel que me ama. No se encontrará ruta más rápida y segura de liberación que la “terapia” del abandono.
Consiste, en suma, en aceptar el misterio universal de la vida.
Y nuestra morada se llamará PAZ.
Extractado del libro “Del sufrimiento a la Paz” de p. Ignacio Larrañaga