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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

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la alegría y el encanto de la vida.

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Padre Ignacio Larrañaga

Las misericordias del Señor

“Misericordia Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa bondad, borra mi culpa”

Salmo 51, v 3

Llegó la hora de creer en el amor, y de superar las fragilidades, no en virtud de la culpa represiva sino en virtud de la dinámica transformante del amor, y en el nombre de aquella revelación central, traída por Jesus, sobre el amor eterno y gratuito del Padre Dios para con cada uno de nosotros.

Como nos dirá admirablemente el Sal­mo 51, reconocer con humildad y confianza nuestra radi­cal impotencia, no fijándonos obsesivamente en nuestra condición pecadora sino en la condición misericordiosa y comprensiva de Dios, en su amor y ternura nunca des­mentidos.

Si yo soy fragi­lidad, y él misericordia, la salvación consiste en salir de mí mismo en alas de la confianza, transformarme en un poquito de barro y ponerme, humilde y sumiso, en sus manos y repetir incesantemente: “lávame” (v. 9), “puri­fícame” (v. 4), “límpiame” (v. 3), “crea en mí un corazón nuevo” (v. 12). Y a esto se reduce el Salmo 51: no quedar­me mirando absorto mis negras vertientes sino los espa­cios infinitos de la misericordia.

Que mi alma abatida por la triste­za y la vergüenza, ahora, al ser visitada por la misericor­dia, pueda beber el agua fresca de la alegría (v. 10). Dios mío, toca la substancia más lejana de mí ser, y realiza en mí una nueva creación; tu que todo lo puedes, repite en mí el prodigio de la primera mañana del mun­do: pon en mí una naturaleza nueva, recién salida de tus manos.

Deposita en el nido de mi intimidad un corazón distinto, amasado de bondad, mansedumbre, paciencia y humildad; y revístelo de una firmeza de acero (v. 12).

Líbrame de las ataduras, cadenas y reclamos de mi egoísmo, Tu que eres mi unico liberta­dor, y verás cómo mi lengua suelta a los cuatro vientos el himno de la liberación (v. 16).

Sé muy bien que un corazón arrepentido, pobre y hu­milde Tu nunca desprecias, Dios mío (v. 19). Y lo unico que puedo ofrecerte, el mayor homenaje que puedo ha­certe es creer por encima de todo en tu ternura, y echar­me en tus brazos reconocido y confiado.

Extraído del libro Salmos para la Vida de P Ignacio Larrañaga