Impresiona el silencio de María después de la anunciación. El hecho de ser la Madre del Mesías y el hecho de serlo de una manera prodigiosa, eran para dejar desequilibrada emocionalmente a cualquier persona. Es difícil sobrellevar, en soledad y silencio, tan enorme peso psicológico. Si la joven María guarda ese secreto en completo silencio, estamos ante un caso único de grandeza humana cuyas circunstancias vale la pena analizar.
María no contó a nadie el secreto de la encarnación virginal. No se lo contó a José (Mt 1,19). No se lo contó a Isabel. Para cuando María se hizo presente en Ain Karim, en casa de Zacarías, Isabel ya estaba en poder del secreto fundamental. Apenas María abrió la boca para decir ¡shalom!, Isabel prorrumpió en exclamaciones y parabienes.
En las largas noches, en el sueño o en el insomnio, en sus caminatas a la fuente o al cerro, en la sinagoga o en las oraciones rituales señaladas por la Torah, cuando trabajaba en el huerto o cuidaba rebaños en el cerro, cuando tejía la lana o amasaba el pan…, abismada, sumida, endiosada, concentrada y compenetrada e identificada con Aquel que era vida de su vida y alma de su alma…
Por el contexto evangélico se deduce, que María no comunicó a nadie el secreto sagrado ni siquiera, a su propia madre, todo indica que el secreto no salió de boca de María. La Madre se hundió con su propio secreto en el silencio del corazón. Se desligó de la opinión pública, se despreocupó del «que dirán», se abandonó a la voluntad del Padre y quedó en paz. Jamás mujer alguna vivió, en la historia del mundo, semejante plenitud vital y tanta intensidad existencial.
El silencio se paró y se encarnó en María juntamente con el Verbo. En estos nueve meses, la Madre no necesitó rezar, si por rezar se entiende vocalizar sentimientos o conceptos. Nunca la comunicación es tan profunda como cuando no se dice nada; y nunca el silencio es tan elocuente como cuando nada se comunica. Aquí, durante estos nueve meses, todo se paralizó; y «en» María y «con» María, todo se identificó: el tiempo, el espacio, la eternidad, la palabra, la música, el silencio, la Madre, Dios. Todo quedó asumido y divinizado. El Verbo se hizo carne.
Extraído del libro El Silencio de María por P. Ignacio Larrañaga