Yo quisiera que la gente se familiarizara cada vez más con los Salmos. Podemos decir con toda confianza Dios está aquí, y me habla en esta Palabra; un Dios vivo, dinámico, verdadero, que me manifiesta su mente, su voluntad.
Así como en la Eucaristía, y salvadas todas las distancias está Jesucristo, así también está Dios en la Palabra. Tomemos un Salmo; comienza diciendo magníficas expresiones que denotan aquello que nosotros llamamos la nostalgia de Dios. Esa nostalgia que solo un Infinito ha podido poner en los corazones.
Cuando el Salmo dice aquellas palabras llenas de fuego y de vibración: “Tú eres Dios, a ti te busco desde la aurora. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser siente ansia por ti. Soy como una tierra agotada, sin agua”. Somos, como dice el salmo 42(41), como esos ciervos que van corriendo detrás de las aguas frescas de los torrentes. Como dice San Agustín, somos como esa flecha disparada inquieta y siempre inquietante, buscando un centro de gravedad donde poder ajustarnos. Somos pozos infinitos que infinitos finitos nunca podrán llenar y por eso somos buscadores instintivos e innatos del Eterno y del Infinito. Peregrinos de lo absoluto, casi siempre sin saber. Las recónditas tragedias que sufre la humanidad no son más que la otra cara de la sed de Dios.
La insatisfacción humana en toda su grandeza y amplitud, el no saber para qué estamos en este mundo, el tedio de la vida, el vacio de la vida, el desencanto general, son los males supremos del corazón del hombre, que no son otra cosa que la otra cara de la sed de Dios.
Dios nos había hecho para Él. Dios había depositado en el fondo de nuestro corazón una semilla de Él mismo. Nuestras medidas son infinitas, medidas de Dios. Por eso, sabiéndolo o sin saber estamos buscándolo, casi siempre sin saber. Por razones de fabricación llevamos como una huella digital de Dios, como una carga de Dios en el fondo de nuestro ser. Estamos marcados por Dios y por eso nuestro ser, aunque no lo sepamos siempre lo está buscando. “Mi alma te busca a Ti como el agua, como la tierra seca que está buscando la lluvia”. Ese es el espíritu y la profundidad de los Salmos.
Extracto de una homilía de padre Ignacio Larrañaga.