El Dios de la Biblia es un Dios Liberador, Aquel que nos arranca de nuestras inseguridades, ignorancias e injusticias, no eludiéndolas sino afrontándolas, superándolas.
Dios no es el “seno materno” que libra (aliena) a los seres humanos de los riesgos y dificultades de la vida, sino que, una vez creados en el paraíso, Dios corta rápidamente el cordón umbilical, los deja solitarios en la lucha abierta de la libertad y de la independencia, y viene a decirles: ahora sed adultos, empujad el universo hacia adelante y sed señores de la tierra (Gén.1, 26). El verdadero Dios no es, pues, alienador, sino Libertador, libera y hace grandes, maduras y libres a las personas y a los pueblos.
El proceso secularizante que vivimos hoy, es una verdadera noche oscura de los sentidos. En adelante, la fe y la vida con Dios serán una aventura llena de riesgos.
Esta aventura de la fe consistirá en quemar las naves, dejar de lado todas las reglas del sentido común y todos los cálculos de probabilidad como lo hizo Abraham; hacer caso omiso de los raciocinios, explicaciones y demostraciones, descolgarse de todos los asideros razonables y, atados de pies y manos, dar el gran salto en el vacío en la noche oscura, abandonándose en el absolutamente Otro. Sólo Dios, en la fe pura y oscura.
El contemplativo del futuro deberá internarse en las insondables regiones del misterio de Dios sin guías, sin apoyos, sin luz. Experimentará que Dios es la Otra Orilla, medirá al mismo tiempo su distancia y proximidad; y como efecto de ello, llegará a sentir el vértigo de Dios, que es una mezcla de fascinación, espanto, anonadamiento y asombro.
Deberá correr el riesgo de sumergirse en ese océano sin fondo donde se ocultan peligrosos desafíos, que el contemplador no los podrá sortear sin mirarlos de frente y aceptarlos en sus abrasadoras exigencias.
Las personas orantes que regresen de esta aventura serán figuras cinceladas por la pureza, la fuerza y el fuego. Serán purificados en la proximidad arrebatadora de Dios, y sobre ellas aparecerá patente y deslumbradora la imagen de su Hijo. Serán testigos y transparencia de Dios.
Basado en el libro, Muéstrame tu Rostro, de P. Ignacio Larrañaga