No hay en este mundo fuerzas que resistan a la bondad y al amor. No hay odio que no se desvanezca ante el empuje del amor. ¿Qué es más fuerte: el fuego o el agua? El odio es fuego: el perdón, agua. ¿Se ha visto alguna vez que el fuego acabe con el agua? Cuando ambos se enfrentan, sucumbe el fuego. ¡El agua es más fuerte que el fuego! Cuando la gente dice: ¡todo está perdido!; la esperanza levanta la cabeza para gritar: ¡aquí comienza todo!
Para poder amar, la primera condición es no amarse a sí mismo desordenada y exclusivamente. Lo que se opone al amor es el egoísmo y los hijos del egoísmo son: orgullo, vanidad, envidia, todo para mí, nada para ti, servirse de todos, no servir a nadie, deseos de apropiación del éxito de otro…es una lista sin fin. Estos instintos son los que lanzan al hermano contra el hermano, separan, oscurecen, obstruyen y destruyen el amor y la unidad.
Solo Jesús puede bajar a las profundidades donde habitan los instintos, calmar las olas, controlar los impulsos salvajes y transformarlos en amor.
En un descuido, en el momento menos pensado surgen los impulsos instintivos; por ejemplo: mantenerse reticente frente al hermano; minimizar el prestigio de un autosuficiente; soltar aquí un grito; mantener la cara cerrada y hostil para que él sepa que yo lo sé; largar más tarde una ironía para molestar a este antipático; tomar ahora una secreta venganza por un antiguo agravio; reaccionar de mal humor; evadir en todo momento a este tipo que me cae tan mal…
Si en estos momentos, no nos damos un toque de atención, diciéndonos: no es éste el estilo de Jesús, ni su ejemplo, ni su precepto; debo recordar que Jesús devolvió bien por mal; supo guardar dignidad y silencio ante los tribunales; y más aun, cómo trató al traidor; cómo miró a Pedro; cómo perdonó setenta veces siete; cómo fue compasivo y misericordioso con toda fragilidad humana… solo así, estando alerta, los impulsos negativos serán transfigurados en energías de comprensión y acogida y comenzaremos a transformar nuestra personalidad, a suavizar nuestro carácter.
Y apoyados en Jesús entraremos firmemente en el camino del amor verdadero.
Basado en Espiritualidad Franciscana, de p Ignacio Larrañaga