Todos estamos a la espera de que descienda el Pastor de los altos cerros, con su provisión de pan y agua, y aceite para las lámparas apagadas y las heridas. Y, cuando haya regresado, en cada mirada divisaremos mundos desconocidos; la higuera estéril, al pie del barranco, dará dulces higos; el Pastor hará resonar su caramillo, y el mundo se apaciguará; la luz luchará con las sombras, y acabará venciéndolas. Dios será una brisa en las tardes de estío. Llegará definitivamente el día de la siega, de la vendimia, de la boda y de la danza. Se abrirán las jaulas, las cadenas se romperán, se oxidarán las espadas y sólo quedarán los arados sobre los campos dilatados. Y regresará para siempre la infancia a nuestros ojos, para poder contemplar al Padre vistiendo las margaritas del campo y alimentando a los gorriones del patio.
Un gozo inunda nuestras almas. Hemos celebrado que Cristo resucitó. Y El nos invita a vivir sin límites. Su triunfo sobre la muerte nos recuerda una vez más que nuestras espaldas están cubiertas. Es hora de entregar nuestra confianza a Dios Padre como lo hizo María durante toda su vida.
Oremos una vez más con la certeza de que Dios sigue acompañando nuestra historia y nos susurra sin cesar: “No temas. Yo estoy contigo. Eres precioso para mí y te amo… Tú eres mí testigo para que todos comprendan y sepan que Yo soy el Salvador, el Liberador de vuestras vidas”. (Is 43,1-10)
¡Ven, Señor Jesús!
Basado en el Libro «El Pobre de Nazaret» de Padre Ignacio Larrañaga.