“Estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (ap,3,20)
Estamos finalizando un año intensísimo espiritualmente hablando para toda la Iglesia. Es el momento de volver a lo esencial. Revisar cómo ha sido nuestro 2013 en todos los aspectos. Y junto al Señor Resucitado ver cómo avanzar en seguir sus huellas en el 2014.
En este 2013 que va finalizando, hemos vivido diversos acontecimientos que nos han calado hondo: El Espíritu Santo, a través de los Obispos en Roma, eligió en marzo pasado al Papa Francisco, para completar la labor de sus antecesores e iniciar una nueva etapa en la Iglesia. Y así ha sido. Muchos de sus gestos han llenado de alegría y esperanza al mundo entero. Sus palabras siempre van girando hacia lo medular: Traspasar a todos la alegría del tesoro que llevamos dentro:“¿A dónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites. Nos envía a todos… El Evangelio no es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta a las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia, de su amor.”
Y para los Talleres de Oración y Vida llegó el momento – en este 2013 – de despedir con paz a padre Ignacio Larrañaga, quien partió a la Casa del Padre el 28 de Octubre pasado. ¡Y qué mejor que recordar su invitación incesante a crecer en ese amor apasionado por Jesucristo! Ese buscarle incesantemente en el encuentro diario de la oración, para desde allí, salir decididos: “Ahora empiezo a ser como Jesús. Sencillo y humilde como Jesús; misericordioso, sincero y veraz, como Tú…”
Cuidar los Tiempos Fuertes. Reservar un tiempo cotidiano con el Señor. Él siempre está tocando la puerta de nuestro corazón. Invitando a una cita amorosa. A solas. Si tú lo permites, nos recordaba P. Ignacio, Jesús vendrá, y si le abres la puerta, entrará y se sentará a tu pobre mesa de madera, y en la dulce serenidad y silencio, compartirá contigo la cena de una íntima comunicación. Todo será reposo y paz.
“¿Y tú qué ofrecerás para cenar? Dulzura, intrepidez, abnegación, docilidad, desapego. Tu propia indigencia sin ruborizarte. Y tú le preguntarás qué te trae para esta Cena que se renueva cada día. Le pedirás que te hable de Él, que estás cansado de siempre hablarle de ti, como si tú fueras el centro del mundo…Le pedirás que te enseñe a escucharle como María en Betania…Él te contará su obra de gracia, su vida oculta en ti…Él nunca se cansó de amarte. Te hablará también de sus nuevos planes y de su esperanza inagotable para triunfar en ti…Te insistirá urgentemente: debes velar y orar sin desfallecer, para que la esperanza te acompañe siempre mientras vivas…”
Y nuestro corazón asombrado ante ese amor inaudito e incondicional de Cristo sólo podrá susurrar agradecido como Francisco de Asís: ¿Qué sería de mí sin la Misericordia de Dios? Aceptar esa cena que recrea y enamora nos llevará a “aceptar todo, agradecido y maravillado, empezando por la propia pequeñez”.
(Basado en Carta Circular y el libro “El Hermano de Asís”de P. Ignacio Larrañaga)