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Miles de personas en el mundo han recuperado la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Miles de personas en el mundo han recuperado
la alegría y el encanto de la vida.

Talleres de Oración y Vida

Padre Ignacio Larrañaga

Dejarnos vencer por el amor de Dios

Exulte la tierra entera y salten de alegría las islas innumerables ante esta gran noticia: nuestro Dios está vestido de un manto de misericordia, le precede la ternura y le acompaña la lealtad. Y, desde siempre y para siempre, avanza sobre una nube en cuyos bordes está escrita la palabra AMOR.

Jesús vino a mostrarnos cómo era el corazón del Padre. A confirmar lo que siglo tras siglo, el Padre fue confirmándonos a través de los Profetas:

“Mi Rostro irá contigo, y no tendrás por qué preocuparte” (Ex33,14); ”Voy a contraer un compromiso con este pueblo… confirmándolo con prodigios… pues son cosas asombrosas las que voy a hacer contigo” (Ex34,10); ”Haz todo cuanto te inspire el corazón porque, Yo, tu Dios, estaré contigo… He estado contigo en todas tus empresas… ”(Cr 17,2;8); “Ustedes a quienes he llevado en mis brazos desde vuestro nacimiento, y de quienes me he preocupado desde el seno materno. Hasta vuestra vejez Yo seré el mismo, y los apoyaré hasta que vuestros cabellos se pongan blancos…Así los apoyaré y los liberaré” (Is 46,3-4)

Sólo el asombro ante un amor incondicional, gratuito, puede sacar al hombre de su aislamiento egocéntrico, liberarlo de las autocomplacencias y autosuficiencias. Se necesita estar libre de sí mismo para poder admirar y adorar. Volver al asombro de un amor. Sólo un niño puede contemplar al Padre alimentando a los gorriones, vistiendo a las margaritas, regando con la lluvia o fecundando con el sol los campos de los justos y de los injustos.

En el adorar “no existe ninguna finalidad, ni siquiera la de ser mejores”. La adoración es eminentemente gratuita: ella consiste en celebrar por celebrar el Ser y el amor porque Él se lo merece, porque Él es así, tan fuera de serie, que vale la pena que se sepa, que todo el mundo se entere, que todos los reconozcan y se alegren con esa noticia, y que todos se sientan felices de que el Señor sea Dios.

Abandonado en las Manos Todopoderosas y Todocariñosas de Dios, “el adorador no siente temor a la vejez ni a la muerte sino que, de alguna manera, participa de la eterna juventud de Dios. Por eso admiramos en muchos contemplativos la serenidad imperturbable de quien se halla por encima de los vaivenes de la vida.

Un paisaje incomparable, contemplado por un espectador triste, siempre será un triste paisaje. Al final, lo que importa es la capacidad de asombro; es esa capacidad la que viste de vida las situaciones reiteradas, y la que pone un nuevo nombre a cada cosa. Es ese redescubrir, en la oración y en la vida, que la existencia es una fiesta, y el vivir un privilegio.

A veces no se calibra en profundidad las palabras de Jesús: “Yo vine a traer vida y vida abundante” (Jn 10,10). Por ello la oración cotidiana impulsa a cultivar en el corazón una planta con especial cuidado y mimo: la alegría. Y ella sólo brota del sentirse profundamente amado desde toda la eternidad. Y se alimenta pese a las reticencias y repugnancias por nuestros errores y debilidades, en que para Dios soy una maravilla de sus dedos. Si poseo 30 defectos, Él me ha creado y dotado con cientos de cualidades para servicio de otros y reconocimiento que un Dios Infinito, Insondable en sus caminos, puebla mi corazón. Y desde ahí pide a cada uno que   transforme sus sufrimientos en brazos de compasión hacia sí mismo, y sus entrañas en regazo de acogida.

(Basado en los Libros de Padre Ignacio: “Muéstrame Tu Rostro” y “El Sentido de la vida”)