La vida tiene que desafiar a la oración, y la oración tiene que cuestionar la vida. Ese Dios con quien “he tratado” en la oración, ese Padre amantísimo que tiene que “bajar conmigo” a la vida; aquel estado de intimidad que he vivido con el Señor debe perdurar y ambientar mi vida, y con “Él a mi derecha” tengo que dar la gran batalla de la liberación.
El Dios de la Biblia es un Dios Liberador. Es Aquel que siempre interpela, incomoda y desafía. Nos arranca de nuestra ignorancia, inseguridades, e injusticias, no evadiéndolas sino afrontándolas y superándolas.
Al que ora se le presenta una gran dificultad: cómo perdonar una ofensa; o qué hacer cuando siente un gran rechazo en aceptar a alguien que le es desagradable. Pero justamente, por amor a Dios a quien siente presente en su ser, afronta su impulso de rechazo y lo supera. Al vencerse a sí mismo, crece en él su amor por Dios (podríamos decir “crece” Dios y se hace más denso en él). Este amor le empuja a un nuevo encuentro con Él. Y así surge este circuito vital, lo que llamamos del encanto de Dios, al encanto de la vida.
El que ora vive envuelto en Dios e impulsado por el amor; busca nuevas oportunidades e inventa nuevas formas para expresar el amor. Se ha encontrado entre conflictos; en peligro de quebrarse, ha recordado la entereza de Jesús en sus momentos difíciles, y se ha mantenido entero.
La semana pasada ha sido agitada y frenética; sin embargo, a la vista del Señor, se ha equilibrado con serenidad entre alborotadas olas. O puede encontrarse ante una situación conflictiva en la que “la prudencia humana” aconseja callarse, pues así uno no se complica. Pero se acuerda de la sinceridad y veracidad de Jesús, y dice lo que debe decir. Efectivamente se complicó, pero se sintió libre en su interior y con su conciencia en paz.
No tenemos depositada nuestra fe en cualquier Dios, como dice Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvi, “sino en el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto”. Su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día. Porque el amor es creativo, la esperanza en el Dios que nos reveló Jesús, desata en nosotros una fuente de energía para vivir de otra manera, y no escogiendo los valores de una sociedad fundada en el deseo de posesión y competición.
La oración es oración y no evasión cotidiana si nos impulsa a compartir de un modo sencillo con los demás la petición que Jesús le hizo a un hombre al cual sanó: “Vuelve con los tuyos, y muéstrales las maravillas que el Señor ha hecho contigo” (Mc 5, 19).
Basado en el libro “Muéstrame tu Rostro” de P. Ignacio Larrañaga.