Muchas veces se recordará esta verdad: la mente humana es el manantial principal de nuestras aflicciones. Si despertaras y tomaras conciencia de eso, de que tu mente es la máquina que genera tanta angustia, desaparecerían de tu alma la mayor parte de tus penas y tristezas.
Veamos cómo nuestra mente agranda el sufrimiento: al sentir una emoción, al experimentar un disgusto o, simplemente, al vivir un acontecimiento. La persona carece de distancia o perspectiva para apreciar objetivamente la dimensión del suceso real que está viviendo, es decir, lo absolutiza a causa de la proximidad y la falta de términos de comparación, y por ello sufre horriblemente. Se llora amargamente por cosas que hoy son y que mañana no tendrán importancia. Es una locura angustiarse por cosas que hoy son clamor y mañana silencio.
Si en el momento en que te sientes dominado por la impresión de una desgracia y devorado por la angustia, como si no hubiese en el mundo otra realidad que tu disgusto, si en ese momento te dieras un toque de atención y pensaras que todo es relativo, que todo pasará y muy pronto, ¡qué alivio para tu pobre corazón!, ¡cuántas angustias de tu vida se reducirían a su mínima expresión!
Relativizar no significa disfrazar la realidad, como el avestruz que esconde la cabeza para no ver el peligro. Es todo lo contrario, se trata de situar los hechos en su verdadera perspectiva y dimensión. En suma, relativizar es objetivar, ser objetivos.
Vemos como, día tras día, la gente vive de impacto en impacto, absolutizando cada suceso, como si de cada momento dependiera el destino del mundo y, sin embargo, está a la vista que no hay nada absoluto, que todo es relativo, que todo fluye como las aguas de un río que pasan y nunca volverán.
Aplica esta reflexión a tu vida familiar y verás que aquella terrible emergencia del mes pasado es hoy un hecho olvidado. Y el susto que hoy tanto te espanta, un mes más tarde será un simple recuerdo.
Estemos despiertos una y otra vez ante cada disgusto y preocupación que nos toca vivir, tomemos conciencia de la relatividad de todo lo que nos sucede y, así, al relativizar, podemos ir eliminando la mayor cantidad de sufrimiento posible.
Al serenarte e instalarte en el control de ti mismo, podrás considerar en su justa medida hechos dolorosos y podrás elevarte por encima de las emergencias e imprevistos que llegan a tu vida. Y cuando esto suceda, el mundo se llenará de armonía y de alegría, y quienes te rodean se contagiarán de tu liberación.
¡Sé feliz, sufre menos! Con Cristo siempre se puede.
Basado en el libro El arte de ser feliz, de P. Ignacio Larrañaga