
Siervo doliente y pobre de Dios
En efecto, Jesús había sido declarado en el Jordán como el Mesías. Pero, al mismo tiempo, se le había señalado la figura y vestidura de su mesianismo, diametralmente opuestos a la concepción popular y oficial: no sería el Mesías político-militar, sino el Siervo Doliente de Javhé, el Pobre de Dios.
En todo caso, en la concepción oficial del Mesías Rey la fe y la política estaban siempre íntimamente entrelazadas, y precisamente de aquí, de este entrevero, nacía una peligrosa ambigüedad que eternamente se presta a la tentación en medio de un montón de equívocos.
En ambas concepciones (Mesías Rey, Mesías Siervo) se trata de la gloria de Dios. ¿Cómo dará Israel mayor gloria a Dios: con las victorias militares de David o con los trabajos forzados junto a los ríos de Babilonia? ¿Dónde están los intereses de Dios y su gloria: en el pesebre-cruz o en los hosannas de la entrada triunfal?
Respiran en el corazón del hombre, agazapadas en la penumbra, unas fuerzas oscuras, connaturales y salvajes que, colocadas en fila, como un ejército en orden de batalla, reclaman a voz en grito la gloria, la opulencia, la dominación; y, al mismo tiempo, rechazaban con repugnancia el olvido, el fracaso, la oscuridad. Tienen categoría de diosas, porque desde siempre y para siempre doblegan las balanzas y prevalecen sin contrapeso en el reino de los impulsos. E, inevitablemente, la tentación yergue sibilinamente su cabeza en el corazón del hombre; y es una tentación porque se presta a confusión, porque hay falacia (exhiben siempre una hermosa apariencia), y porque ofrecen mezclados, como en una aleación, los intereses de Dios y nuestros intereses, la gloria de Dios y nuestra propia gloria, la dominación de Dios y nuestra dominación. Una simbiosis idolátrica.
Todo cuanto amenace nuestra gloria amenaza la gloria de Dios, y viceversa. Los enemigos que hieren nuestros intereses hieren los intereses de Dios, y viceversa. Parece que estamos construyendo el Reino de Dios, pero podemos estar construyendo el reino de la tierra: buscar y promover el prestigio, la fortaleza, la influencia, en una palabra, el poder, pensando que estamos promoviendo el poder y la gloria de Dios.
En esta peligrosa y seductora simbiosis está, ayer, hoy y mañana, el secreto último de la tentación: podemos estar apostando por el Mesías glorioso y triunfal, «avergonzándonos» de la cruz, del Pobre de Nazaret, del Mesías Doliente y crucificado.
Esta seducción estuvo también al acecho de Jesús: despojarse de las vestiduras de Pobre y ataviarse con los brillantes arreos del Mesías triunfal, para implantar en este mundo el glorioso imperio de Yavé. El orden, la eficacia, la organización, las estructuras, el sistema estarán eternamente entrabados en batalla frente a la inutilidad, la oscuridad, el olvido, la gratuidad. Los primeros estarán seduciendo a los segundos hasta la frontera final, y con una constelación indiscutible de explicaciones, teorías y razones.
Cuando Mateo dice que «Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado» (Mt 4,1), este «ser tentado» significa: fue conducido para clarificar su mesianismo y, como consecuencia, para rechazar la concepción triunfalista y asumir plena y definitivamente su destino de Siervo Doliente y Pobre de Dios, según la indicación que se le diera en el Jordán.
Tomado de libro “El pobre de Nazaret” Capitulo III “Bajo el sol de satán” de padre Ignacio Larrañaga.